No es solamente duelo lo que causa la muerte de un familiar cercano, en muchos casos, con frecuencia, desata sentimientos poco piadosos, avidez, codicia, el deseo incontrolable de adueñarse de los despojos del fallecido, de usurpar sin contemplaciones los derechos de todos los demás: hermanos, sobrinos, nietos, da igual, no importa, no hay escrúpulos a la hora de incrementar el patrimonio de una manera fácil, sin esfuerzo.

Alejado de mi entorno durante 35 años, no conocía estas disputas que en casos extremos llegaban a la violencia extrema, al asesinato de una de las partes en conflicto. De regreso pronto me acercaron a esta realidad, fui al entierro de un amigo de la familia, por mostrar presencia a una parte de ella, la que yo conocía, y, vaya sorpresa, esa parte no se presentó. Luego me informé, no se hablaban desde hacía años; también hermanos que habían desposeído a otros hermanos y otros que están con pleitos 5 años después de un fallecimiento.

No es sin embargo después de un fallecimiento donde se libran las guerras más sucias, con frecuencia es en el estado previo, de senilidad, cuando surgen las acciones más abyectas que nacen de los abismos más oscuros y tenebrosos de la naturaleza humana; la gente ruin, sin escrúpulos, desplegando el armamento más infame: las falsas acusaciones, las injurias, las calumnias, para desplazar a otros familiares legitimados, todo es válido para condicionar y retocar testamentos y hacerse heredero universal.

La gente que te ha estado acompañando toda la vida, con la que has compartido penas, alegrías y mesa, se convierte en la más miserable del mundo.

José Andrés Lop Moliner de Alcañiz