Aunque como decía en otras ocasiones, hace ya bastantes artículos, para mí es mucho más interesante la vida del lirón careto que las tonterías que hace el actual ¿gobierno? de la nación, la actualidad manda, y puesto que a todos nos afecta, ya que es con nuestro dinero con el que juegan quienes se supone deberían representar nuestros intereses comunes por encima de siglas, egos y «Falcon» en estos tiempos, como pagador de impuestos tengo el derecho de sentirme estafado, y de hecho así es como me siento.

Decía Margaret Thatcher que el dinero de un país no es algo que surja por arte de magia, que es el dinero generado por sus ciudadanos con su trabajo. Manejar ese dinero para crear y fortalecer estructuras físicas y abstractas que redunden en el bienestar de los contribuyentes es una responsabilidad muy grande y sumamente seria.

Y no sólo es motivo de pena sino también de irritación que precisamente ahora, que es cuando más empresas están yendo al garete por una gestión nefasta e incompetente nuestros ¿representantes? inviertan ingentes partidas en subirse los sueldos, en renovar la flota de vehículos y en dedicarse a analizar el ADN de huesos pertenecientes a personas que murieron hace casi noventa años, que sí, que se merecen todo el respeto y el trato digno, pero que debería ser en todo caso asunto y gasto de sus familias y no de los gobiernos nacional y regionales o locales.

Sin embargo, en una relación directa causa-efecto cuando tenemos el presente actual cualquier crisis, grande o pequeña, arrambla con el principal sustento económico de la nación que es la pequeña y mediana empresa, y aún la grande. Y todo por una gestión pésima que prioriza crear división y crispación antes que establecer lazos de unión y motivos por los que sentirse orgulloso de pertenecer a un pueblo.

El primero de los fallos ha sido y es sistemático: ya empezó poco después de la Transición posiblemente al dictado de quién sabe qué intereses alóctonos. La industria potente, como los Altos Hornos de Vizcaya y todo el sector siderúrgico de la Cornisa Cantábrica fue desmantelado y la actividad económica del país se focalizó en dos sectores: el turismo y la construcción.
Y cuando todos los huevos se ponen en la misma cesta lo que ocurre es lo que nos ha pasado ahora. Si falla ese sector todo se va al garete y la economía del país se hunde. Ningún gobierno, sea del signo que sea ha luchado contra esta situación. Más aún: la han favorecido directa o indirectamente.

Cuando un cuerpo se alimenta con proteínas, vitaminas e hidratos de carbono, esto es, con una dieta diversificada, ese organismo está fuerte y cualquier incidencia en forma de virus o enfermedad apenas lo erosiona. Sin embargo, cuando se alimenta sólo a base de un tipo de alimento, termina colapsando, enfermando y degradándose merced a cualquier agente que le ataque. Pues eso es lo que ocurre en estas Españas nuestras.

Luego está el otro fallo: la adopción de unas medidas dispersas e improvisadas para atajar un problema que podía ocurrir en cualquier momento, como de hecho ha pasado. Unas medidas que lejos de «doblegar» una curva de contagios, la están aumentando e incluso fortaleciendo, con las consecuencias sanitarias, sociales y económicas.

La culpa de la exponencialidad de los contagios no la tienen los bares, ni los hoteles ni los restaurantes. La tiene el hecho de que realmente no se aplican las medidas efectivas desde donde se tienen que aplicar porque sobre el interés sanitario y científico prima el interés del político que quiere perdurar en su cargo. Y ése, señores, es un hecho incontestable. Cuídense mucho, y pasen una feliz semana en la medida de lo posible. A más ver, amigos.

Álvaro Clavero