Cambiar el mundo nunca ha sido fácil, hacerlo y sobrevivir tampoco lo será. De eso entre otras cosas se habla en la cumbre del clima en Madrid, la cumbre número ni se sabe, en la que se supone se acordara alguna medida concreta.

Pese a las ausencias sonadas y sentidas, no es malo que el tema resuene en la conciencia colectiva, pues una verdad irrebatible es que la salud del planeta ha empeorado con celeridad en los últimos años.

Veo que se colocan algunas matrices de opinión dignas de análisis. Algunos medios no han dudado en «regalar» sus primeras planas a una empresa eléctrica muy poderosa, mientras otras zonas padecemos las consecuencias de sus políticas con despidos o abandono que no han acaparado por desgracia tanto espacio informativo. Pues de transición a la nada hay mucho, pero de justo nada.

Veo también mucha hipocresía cuando se intenta cargar en mayor parte de lo que le corresponde los problemas medioambientales a países en vías de desarrollo y sus sociedades. Ignorando por completo el hecho de que los países desarrollados llevamos más de doscientos años (desde la revolución industrial) depredando cantidades bárbaras de recursos y de que los ciudadanos de esos países buscan ni más ni menos, la calidad de vida y acceso a productos que tenemos en el mundo desarrollado con lo que ello supone para el planeta. Modelo por cierto, que les impusimos nosotros, por muy chulo y de moda que sea el supuesto ecologismo de sociedades ricas de Europa que hace ya rato superaron por mucho su cupo de recursos.
Algo se está haciendo mal, si se pone más hincapié en las flatulencias del ganado o en descarbonizar, olvidando, como si no existieran, a las personas que trabajan esos sectores, que en denunciar algo más profundo como por ejemplo que el modelo capitalista actual inviable.

Echo mucho en falta que se recuerde lo ilógico e incluso atroz que son los modelos económicos como el murciano, agricultura de regadío o fomento de la segunda vivienda para vacaciones y luego pedir trasvases faraónicos.

O que se denuncien los mega monstruos de hierro y hormigón en lo que se han convertido muchas ciudades, con sus descontrolados consumos de energía o agua potable.

No hay mayor ecologismo que el del medio rural. Ambientalistas eran los habitantes de los pueblos, cuidaban bosques con su trabajo, los montes o los ríos estaban más limpios y el estilo de vida era más sostenible.

Difícil es congeniar mantener el ritmo actual de nuestras vidas, con los consumos que ello acarrea, con salvar el planeta. Sin sacrificios no habrá palabras ni cumbres que valgan para hacer la vida de los seres vivos sostenible. Sin olvidarnos como decía el genial periodista uruguayo Walter Martínez cada vez que desglosaba un mapamundi en sus programas para referirse a la Tierra, que esta es «nuestra querida, contaminada y única nave espacial»
Salvarnos sí, pero empecemos la casa por los cimientos y con sentido común.

Víctor Puch