No es un fenómeno nuevo, pero a lo largo de la última semana han saltado a los titulares de las noticias algunos casos especialmente llamativos, y por qué no decirlo, indignantes.

Una señora española de Espartinas, provincia de Sevilla, tenía una casa que había comprado para que fuese el hogar de su hijo. Teniéndola lista para habitar fue abierta de forma ilegal y ocupada por unos personajes con pocos escrúpulos. Unos «okupas» en el más estricto sentido del término.

La palabra «okupa», que vista así parece una palabra griega, proviene sin embargo del castellano «ocupante», sólo que de forma abreviada y cambiando la «c» por la «k», en un intento de transgresión, también lingüística, que sin embargo ha sido fagocitada por el sistema, que la ha incorporado con esa forma al diccionario. Y parece que no sólo se ha incorporado a la «nueva normalidad» la palabra desde el punto de vista lingüístico, sino también práctico.

El «okupa» invade una vivienda, ajena, por supuesto, cuyos gastos de mantenimiento se supone que se ocupan de pagar sus propietarios legales. Con métodos ilegales fuerzan la entrada para acceder a la misma y se instalan a vivir en ésta sin pagar absolutamente nada. El caso es que después de eso la Ley, con sus vacíos, con sus recovecos, termina convirtiendo en algo perdurable y prácticamente impune su ilegalidad.

Pero volvamos al caso de la señora andaluza con el que iniciábamos este escrito. Alertada, parece ser que avisó a la autoridad, a la Guardia Civil. Ella, con las fuerzas del orden fue a su propia vivienda, y ante las cámaras pidió a los ocupantes que hicieran el favor de salir. Los mismos Guardias Civiles, con gran educación hicieron otro tanto. Pero a cambio el caradura que había invadido el inmueble les contestó con insultos, gestos obscenos, tirándoles piedras y amenazándoles con que la próxima vez no serían piedras sino «plomillos». La Guardia Civil, legislación en mano, no pudo desalojar a tamaño delincuente. Ahí sigue haciendo uso y disfrute de una propiedad ajena, y riéndose de todo el mundo.
Por si esto fuera poco insulto, se rumorea que hay algunas personas que ven con simpatía que los okupas puedan empadronarse en viviendas ajenas para acceder a ciertos derechos como ciudadanos. Es decir, no condenan el asalto de casas para ocuparlas, para destrozarlas si cabe, para vender o romper sus enseres e instalaciones y da igual que quien sea el dueño del inmueble pague por esa vivienda, que haya invertido su esfuerzo y sus ahorros en ella o que haya hipotecado incluso su vida para pagarla. Que hay otros tipos amparados (aunque sea por una serie de lagunas legales) por la ley que la pueden ocupar, invadir y destrozar por la cara sin coste alguno para ellos. Y además tienen derechos y no se les puede sacar de ahí en meses y a veces incluso en años.

Me parece muy triste que sea premiado el criminal mientras se castiga aún más a su víctima. Se me hace muy penoso. Y me da vergüenza ajena e incluso propia.

No me quiero imaginar en esa situación. Ni quiero pensar lo que sentirán otros dueños al ver cómo esos sinvergüenzas entran y salen impunemente de su casa y además alardean de la misma colgando vídeos en las redes sociales mientras son intocables y no les pasa absolutamente nada. Si hay injusticias en el mundo, y seguramente estamos de acuerdo en que son infinitas, ésta es una de ellas.

Ojalá sirviera este artículo para concienciarnos un poco más de estas situaciones, y para concienciar a quienes deben ser concienciados y tienen en su mano cambiar tal situación. Pero soy pesimista al respecto y creo que no va a servir absolutamente de nada. No obstante y pese a eso y pese al COVID-19, ya estamos en verano y el verano debe ser el triunfo de la luz. Feliz semana y a más ver, amigos.

Álvaro Clavero