Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una historia. Y fue, como es habitual, de manera inesperada. El domingo pasado, durante la emisión del programa «Mi Barrio» de Salvados, una decena de personas de una generación que ahora se enfrenta a la vejez, destaparon con total sencillez relatos extraordinariamente normales.

Historias de soledad, pérdida, nostalgia y sacrificio contrastaban con discursos de pasión, lucha, rebeldía, feminismo y amor. El programa se convirtió en un emotivo homenaje a la generación que dejó su tierra buscando un futuro mejor. Como el «desertor del arado» que se fue a Francia a trabajar, la señora gallega que con 18 años se subió al tren con 3.000 pesetas y dos maletas o el leonés que emigró a Barcelona porque «no tenía más remedio».

Entre las escenas costumbristas que hablaban de lo que somos, me llamó especialmente la atención la historia de Rafael, un albañil jubilado de 83 años que se dedica a plantar olivos entre el asfalto del barrio barcelonés de Cornellá. Y ¿por qué? «pues porque me gusta y como me gusta lo hago». Así de simple. Ahí estaba él, disfrutando de cómo había crecido su árbol haciendo caso omiso a los intentos de Jordi Évole por sacarle un titular. Y, manteniendo esa naturalidad, se despidió. Tenía que cuidar del «amor de su vida «; su mujer enferma sin la que no puede vivir.

Como yo, muchas personas conectaron con los protagonistas del programa porque son nuestros padres, abuelas o tíos. Una generación fuerte que sigue plantando semillas en el asfalto, siembra que ahora nosotros debemos cuidar, desde pueblos o ciudades. Y lo tendremos que hacer con los valores propios de la juventud. Vamos mal encaminados si lo hacemos con discursos del odio, racismo, machismo y violencia. Recordemos lo que somos. Hagamos más barrio y menos patria.