Últimamente me estoy convenciendo a mí mismo de que cada vez es más difícil ahorrar: comida, ropa, alquiler, luz, agua, libros, ocio. Llegar a final de mes con unos cuantos euros de más que ingresar en una cuenta de ahorro es casi como hacer una maratón de 45 Km sin beber agua. Sí, tampoco ayuda ni el hecho de formar parte del grueso de población inactiva ni el vivir en una ciudad tan cara como es Madrid. Pero, como contable de mis propias finanzas personales, he descubierto que mes tras mes la columna de gastos va ganando más altura que la de ingresos, y eso, que no suelo sacar la tarjeta más de la cuenta. La compra semanal, que no suele bajar de 70€; el alquiler, un poco más de 300€; gastos luz, gas y agua, que como saben, están por las nubes: sobre 60€; el transporte, en torno a 50€; compra de libros -imprescindibles para mí-, sobre 20€; comer o cenar fuera de casa algún fin de semana, no menos de 30€.

Una lista interminable de anotaciones que nunca parece tocar fondo. «Quillo, esta semana nada de salir, mejor buscamos un plan low cost», me ruega mi compañero de Manuel, natural de Sevilla, mientras termina de anotar los gastos del día en una hoja de Excel. Esta es la odisea de todo estudiante que vive fuera de su casa: llegar a final de mes sin gastar más de la cuenta. Algunos de ustedes dirán: «¡Deja de quejarte y ponte a trabajar, vago!». No se crean que nos estamos quedando de brazos cruzados. ¿O acaso creen que los jóvenes disfrutamos viviendo a costa del dinero de nuestros padres mientras pasamos unos cuantos años en la facultad a la espera de que un trozo de papel nos abra mayores oportunidades laborales en un futuro próximo?

Entre semana, las clases y los derivados compromisos con las asignaturas suelen consumir la totalidad de la mañana y de la tarde. El tiempo restante, o bien lo puedes dedicar a descansar, o bien lo inviertes en ti mismo. Como hago yo, que intento al menos hacer una hora de ejercicio al día. «¿Y qué hay de los fines de semana?». Una opción es buscarse un trabajo a media jornada los festivos, claro. Aunque después de varios días de trabajos, seminarios y estudio, el cuerpo te pide descansar, sobre todo si tus ojos dibujan debajo de sí mismos una zona oscurecida.

Repartidor, camarero, mozo de almacén, reponedor de supermercado…no ha habido fin de semana que no haya dedicado un par de horas a ojear los principales portales de empleo de internet. «Se busca repartidor a media jornada para trabajar los fines de semana. Remuneración: 200€ brutos». 200€ por 12 horas de trabajo semanales. Claro que, una alternativa es buscarse prácticas extracurriculares. «Se busca redactor con experiencia para trabajar fines de semana mañanas y tardes». ¡Suena muy bien! Si no fuera porque las exigencias de estos puestos son altísimas en cuanto a formación, con unos horarios demoníacos y sin remunerar. ¿Cuándo podré terminar el trabajo de la semana que viene? ¿Cuándo podré tomarme un rato de descanso? ¿Podré empezar el proyecto que tenía en mente? Me temo que cuando eres joven, ni tienes tiempo, ni tienes dinero. O a lo mejor soy solo yo.

Aarón Ferrando. Reflexiones de un aprendiz