Esperar los fríos para poder pisar los charcos helados del «camino de la cooperativa» cuando íbamos al colegio por la mañana, las correspondientes guerras de «zuros» que acarreaban alguna que otra regañina, los paseos (con merienda incluída) con mis padres y mi hermana a las cuevas del «Cabecico Redondo» mientras escuchábamos las explicaciones de mi padre (como dice la canción «Papá, cuéntame otra vez»), esas pequeñas piedras de trillo perdidas que al golpearlas «hacían chispa», el «cuida esa chica que va a pisar las guías del pepinar y amargarán los pepinos» cuando los fines de semana íbamos al huerto, ese aprendizaje de dichos y refranes a la rayada del sol en la puerta de la abuela junto a sus vecinas del Barrio de la Estación rodeadas de sus macetas y sus labores … Son sólo algunos de los privilegios que he tenido por crecer en el mundo rural. Llegaron los años de marchar para continuar con estudios y trabajo pero tan sólo «residía fuera» porque mi empadronamiento continuaba en La Puebla (ni siquiera el cambio de Comunidad Autónoma con todo lo que ello acarrea). Cuando mi trabajo se estabilizó lo hizo en un hospital grande de una gran ciudad. Pero ni los 150 km diarios que lo separaban de mi residencia por una carretera con alto índice de accidentes impidió que, tras finalizar mi jornada, todos los días regresara a casa. A La Puebla.

No elegimos dónde nacemos pero sí donde queremos vivir y esa era mi elección. Mi proyecto de vida. Y no voy a decir, como he oído de boca de algún representante poblano, que «La Puebla no necesita nada porque tiene de todo». Podría tener mucho más. No soy quién para repartir «carnet de ruralidad» pero tampoco me gusta esa exacerbación que hacen algunos del medio rural cuando hace años que no saben ni por dónde se entra y creen que todavía acarrean los burros por las calles.

Defendamos el mundo rural, sí, pero con acciones. No sólo con palabras. Invirtamos en nuestros pueblos y engrosemos nuestros censos y nadie mejor que nosotros para conocer nuestras oportunidades y nuestras carestías. Nos queda mucho por hacer. Cuando veo correr a mi hijo (también poblano) con su bici por esas mismas calles que corríamos mi hermana y yo hace unos «pocos años» (taitantos), me hace sentir muy orgullosa de la decisión que tomé, de ser poblana, de ser rural. Disfrutad del Día del Orgullo Rural y esperemos no necesitar de otra pandemia para que muchos vuelvan a acordarse de sus pueblos.

Vanesa Pellicena – La Puebla de Híjar