En las columnas de opinión de La Comarca así como en las críticas a las mismas, aparecen dos posiciones contrarias cuando se habla de pactos entre las distintas fuerzas políticas y los llamados agentes sociales. Simplificando, parece que todos los pactos son buenos, y que aquellos que no aceptan pactar son un problema ya que no respetan a sus oponentes.

Nuestra propia historia reciente demuestra que los mejores acuerdos son los que han alcanzado mayor apoyo político y social. Los pactos que sólo consiguen el apoyo de determinadas fuerzas políticas, suelen ser fuente de inestabilidad producida por su insuficiente duración, ya que al producirse cambios en las mayorías, las leyes son objeto de derogación o cambio.

La democracia española ha conseguido acuerdos y pactos muy relevantes. Los primeros fueron los llamados Pactos de la Moncloa, que en la práctica eran tres y muy importantes:  el Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía, el Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política y el Acuerdo sobre los derechos de la mujer con grandes cambios en el Código Penal. Estos Acuerdos fueron conseguidos y firmados por Gobierno, UCD, PSOE, PCE, el Partido Socialista Popular, el PSC, Convergencia Socialista de Cataluña, PNV y Convergencia i Unió.

A estos siguieron los acuerdos constitucionales. La Constitución de 1978, fue aprobada por Las Cortes en sesiones plenarias del Congreso de los Diputados y del Senado celebradas el 31 de octubre de 1978 y ratificada por el pueblo español en referéndum de 6 de diciembre de 1978. Aquel texto fue el fruto de la colaboración entre la UCD de Suarez, el PSOE, el Partido Comunista, la Alianza Popular y la Minoría Catalana.

Tras ellos, lo cierto es que los pactos de Estado con participación de la izquierda y la derecha han sido muy escasos en los más de cuarenta años de democracia. Contando los de la Moncloa de 1977 sólo ha habido siete, de los cuales dos son ampliaciones de acuerdos ya vigentes: el Pacto Autonómico de 1981 —reeditado en 1992—, el Pacto de Toledo de 1995, el Pacto Antiterrorista de 2000 —ampliado en 2016 para incluir el fenómeno yihadista— y el pacto contra la Violencia de Género de 2016. Así que es fácil deducir que no ha sido lo normal que se produjeran pactos entre PP y PSOE, independientemente de cuál de ellos fuera el Partido en el Gobierno. La situación actual no es ni nueva ni exclusiva de la posición de un partido. Los políticos parecen haber olvidado la sabiduría popular que enseña que «Mas vale un mal arreglo que un buen pleito».

Y no creo que podamos juzgar como ejemplares pactos como los del Tinell, que firmaron en Barcelona el 14 de diciembre de 2003, Joan Saura (ICV-EUiA), Pasqual Maragall (PSC) y Josep-Lluís Carod-Rovira (ERC) para un Gobierno tripartito catalanista y de izquierdas que pondría a Pasqual Maragall a la cabeza de la Generalitat y que contenía un acuerdo anti PP cuyo primer párrafo decía textualmente: «Ningún acuerdo de gobernabilidad con el PP, ni en la Generalitat ni en el Estado». Parece que hoy muchos políticos siguen con planteamientos parecidos en relación con la participación de partidos como Podemos, Bildu o Vox.

Pero dicho esto, no olvidemos que también hemos conocido acuerdos cuyas consecuencias han sido nefastas. Quizás el más «malvado» de todos los grandes acuerdos fue el Pacto Alemán-Soviético de 1939, que contenía un protocolo secreto que establecía la división de Polonia y del resto de Europa oriental en esferas de interés soviético y alemán. De conformidad con este plan, el ejército soviético ocupó y anexionó Polonia oriental en el otoño de 1939, y el 20 de noviembre de 1939, la Unión Soviética atacó Finlandia. Hitler y Stalin dieron ejemplo de lo que es un mal pacto.

Tampoco han sido favorable para una gran parte de la Humanidad los acuerdos de Yalta y Potsdam de 1945, en los que americanos y rusos prácticamente se repartieron Europa en las dos grandes zonas de influencia que dieron paso a la OTAN y al Pacto de Varsovia, y decidieron el futuro de Japón y de Asia. Tres hombres que se siguen, considerando «los buenos» porque ganaron la Guerra, y que no sólo fueron auténticos genocidas, sino que también se arrogaron el derecho a la venganza sobre sus enemigos.
Dios nos libre de los malos Pactos, y si es posible que nos libre también de pactos que dividan a los ciudadanos en vez de mostrarles el camino a la colaboración.

Antonio German. Correo del lector