Viejos olivos sedientos/bajo el claro sol del día/olivares polvorientos/ del campo de Andalucía», canta Machado de su tierra. Y otro tanto podríamos cantar nosotros de Aragón, con el mismo derecho y con parecida antigüedad. Lo cierto es que más de mil años antes de Cristo los fenicios introdujeron el cultivo del olivo en la zona sur y el levante españoles, una técnica seguramente procedente del valle del Nilo. Luego vinieron los griegos y los romanos que expandieron el cultivo y uso del olivo –alimentación, óleos medicinales o suntuosos, alumbrado– aunque no sería hasta la época romana que el olivo toma carta de naturaleza en regiones españolas mediterráneas, amparadas y extendidas por los árabes.

Precisamente en Calaceite se han celebrado en estos días unas jornadas dedicadas a la Cultura milenaria del Olivo centrada en actividades oleícolas del Mezquin, el Bajo Aragón y el Matarraña, donde desde el siglo XVII hasta el día de hoy los venerable olivos de la tierra han forjado una cultura floreciente. Aunque a partir de mediados del siglo XX ha entrado en una cierta decadencia, debido a grandes heladas puntuales y progresivamente al vaciamiento social y económico de la provincia.

Valencianos, catalanes y aragoneses del territorio de La Sénia están forjando un renacimiento de la cultura milenaria del olivo y en nuestra zona comienza a configurarse un movimiento de defensa de ese bien cultural y económico que es ese árbol longevo y de troncos retorcidos o tortuosos, cuyos tocones o zuecas acumulan centenas de años (dicen que los troncos con un perímetro superior a los 3,5 metros pueden ser milenarios).

Los agricultores miran con cautela y escepticismo ese entusiasmo por regenerar dicha cultura a través de ejemplares añosos, cuya existencia corre peligro por la propia dinámica de la explotación moderna de los olivares, que sólo es productiva primando la cantidad de hectáreas con olivos jóvenes. Son dos razones enfrentadas a las que hay que buscar acomodo mutuo. Crear una infraestructura cultural y turística en torno a los grandes ejemplares de olivos centenarios y milenarios (rutas de senderismo y Btt con visitas a ejemplares singulares, ofreciendo compensaciones económicas y subvenciones para los propietarios, apadrinando olivos singulares) al tiempo que se favorece y protege desde los estamentos oficiales todas las iniciativas que enriquezcan el uso variadísimo de los aceites y las aceitunas, desde el campo alimentario al de cosméticos. Todo Teruel podría y debería convertirse en territorio de historia secular, monumentos de la piedra y el olivo, un museo vivo en el que el tiempo ha dejado huellas y construcciones, pueblos y paisajes de una belleza sobrecogedora, rincones donde late el pasado con un realismo vivo.

«Olivar y olivareros/bosque y raza/campo y plaza/de los fieles al terruño/ y al arado y al molino/de los que muestran el puño al destino/ los benditos labradores», dice el poeta y nosotros, los «fieles al terruño», debemos apoyar a esos agricultores y convencerles, con obras y valores añadidos, para que se unan a la pasión por el olivo y salven ese patrimonio inmaterial, ¿por qué no, espiritual?, que son los viejos, longevos, olivos de nuestra tierra.

Alberto Díaz Rueda