¿Recordáis aquella película? Antonio Resines en su papel habitual de interpretarse a sí mismo, le tocó en aquella ocasión ejercer de un minero que pierde su puesto de empleo y decide dirigirse a Madrid a pie, para llegar hasta su majestad con la intención de reclamarle por uno de los derechos básicos que recoge nuestra Constitución, el de un trabajo digno.

La película sin ser ninguna oda al séptimo arte es entretenida, una de las cosas mejor escogidas de la misma es sin duda el título. Hoy más de veinte años después aquel título viene como anillo al dedo para centrarnos en algo muy feo que viene sucediendo en nuestra monarquía, la asquerosa corrupción del monarca emérito.

Esto no debe ser una enmienda a la totalidad de Juan Carlos, que indudablemente cuenta en su haber con méritos dignos de resaltar y actuaciones determinantes y aunque muchas de ellas sean discutidas y discutibles y otras hayan sido fruto de una incesante labor propagandística por parte medios afines, no puedo uno pecar de revisionista y no reconocerle partes de su labor.

El problema es que respecto al tema del dinero y por lo tanto de la corrupción, siempre se decidió establecer un tupido velo que imposibilitará si quiera hablar del tema.

Hace ya bastantes años, no recuerdo exactamente como, llegó a mis manos un libro de Jaime Peñafiel hablando sobre los vehículos de su majestad. Me sorprendió que al relacionarlo con el gasto oficial del monarca, algo no cuadraba muy bien, pues se hablaba de decenas y decenas de coches, motos y yates. Aunque algunos eran regalos de mandatarios como el rumano Ceacescu y otros eran públicos como alguno de las embarcaciones, lo cierto es, que no cuadraba tal colección con lo que parecía un presupuesto limitado.

Todos sabíamos que seguramente el rey emérito estaba metido en otro tipo de asuntos, pero nadie o muy pocos hablaban con pruebas o rotundidad. Ahora cada día sale una nueva información que deja por los suelos los años de labor del «ministerio de propaganda» que se tejió durante décadas alrededor de la familia real. Primero fue Urdangarin, que dio pie a pensar algo raro, pues si el último que llegó ya se manejaba de aquellas maneras, que no harían a los que les corría en la familia sangre azul por las venas.

Pero hoy el reclamo lo centro en el Rey Felipe, esto no consiste como con Urdangarin el elegir una cabeza de turco para lavar la imagen, esto necesita una higienización completa, un cambio radical de base, con transparencia absoluta y dándole de verdad algún tipo de utilidad a la institución. Es vergonzoso que todo el papel de la casa real en estos últimos tiempos haya sido un discurso insoportable sin decir nada, filtraciones y medidas en mitad de la crisis más grande de las últimas décadas para que no se hable más de la cuenta y un par de paseos turísticos de nuevo con exceso de propaganda, al menos yo de la jefatura del estado, espero algo más y lo espero ya.

Víctor Puch