Pilar Narvión con 34 años fue enviada como corresponsal del periódico «Pueblo» a Roma, en 1956, y después a París. Se trata de toda una odisea que probablemente le cambió la vida tras ponerse frente al espejo europeo. No obstante, con 34 años en esa época sus ideas debían ya estar más que claras respecto a lo que en España se consideraba el prototipo femenino. Ella no lo era, ni por asomo. No tenía marido, ni era religiosa. «¿Por qué hay personas que tienen fe y otras no la tenemos? Con lo consoladora que es la fe (…) Pienso, por otra parte, en la belleza, ya que no es lo mismo nacer guapo que feo, digan lo que digan. Me pregunto, además, si la simpatía es algo innato; si es más importante la inteligencia o el saber vivir; ¿qué es preferible, ser feliz o ser inteligente?l», se pregunta en el libro de sus memorias que escribió el periodista turolense Juan Carlos Soriano. Su batalla siempre la libró desde la inteligencia, la brillantez y perspicacia, sin pancartas, tan solo con la contundencia de quien conoce los argumentos. En un tiempo en el que el papel de la mujer estaba destinado a la patria, el matrimonio, la iglesia y el hogar, la periodista alcañizana logró abrirse camino y su director, Emilio Romero, le tendió los puentes necesarios. Entonces, ya saben, las niñas estudiaban materias diferentes a los niños, en función de su «condición». Era obligatoria para ellas la Escuela de Hogar en todos los cursos elementales y superiores y en las pruebas de reválida, sin la que no se obtenía título alguno. Se premiaba la natalidad, la maternidad y la vida doméstica. Fíjense, como anécdota, en 1956 el caudillo otorgó en Madrid el primer premio de natalidad a un matrimonio con 22 hijos… Hasta los sesenta no llegó el reconocimiento del derecho de la mujer soltera a ocupar puestos de trabajo con el mismo salario ni su acceso a la enseñanza secundaria y universitaria en igualdad. Narvión defendía con razón que la liberación de la mujer llegó con el control de la maternidad; los anticonceptivos y la pediatría, que supusieron una revolución, permitieron que se tuviesen menos hijos, así como perder el miedo a las relaciones sexuales fuera del matrimonio y empezar a pensar en desarrollar la vida que les apeteciera. 

En este contexto, que daría para escribir varios libros, avanzaba la alcañizana sus andanzas entrevistando a los principales líderes políticos de Italia y Francia, y narrando lo que hoy consideramos hitos históricos, tanto en esos países como después en España. Sus crónicas fueron claves en la Transición y también su lucha por derribar estereotipos y etiquetas, incluso las que a ella misma le colgaban. Periodistas como ella y muchos medios de comunicación que se modernizaron permitieron la apertura del camino hacia la igualdad desde los años 50 hasta la entrada de la democracia. Narvión conoció a fondo a Santiago Carrillo y a Luis Buñuel en París. Los presentó Paco Rabal. En sus memorias, la recuerdan enormes políticos y humanistas de nuestro país, y se la ve en medio centenar de fotos con los Reyes, Adolfo Suárez, Felipe González, o Manuel Fraga. «Pilar Narvión, andanzas de una periodista perezosa» debería ser libro cabecera de cualquier bajoaragonés. Ella se jubiló cerrando página, sin querer ser protagonista de nada, ni de sus propias memorias, como buena periodista que sabe que nunca es la noticia. Pero, siete años después de su muerte, ya era hora de que su figura se situara donde corresponde. Por eso hemos creado un premio con su nombre. Se lo entregaremos a la locutora Paloma del Río en quince días en el marco del curso de periodismo. Otra pionera enorme. Sus vuelos ya se los cuento otro día. 

Eva Defior