Atravesamos tiempos convulsos, tiempos en los que la gente joven no lo estamos pasando bien (ya veis que todavía me incluyo en ese grupo poblacional con 32 años). Guerras, contaminación, pandemias, machismo… la estupidez humana está más presente que nunca, por lo menos, así lo veo yo. Y nadie hace nada. «Los de arriba» no hacen nada y dejan que todo siga «su curso natural». Y por si esto fuera poco, nuestros padres nos recuerdan continuamente que estamos anestesiados. Nos explican una y otra vez con orgullo que siempre estaban reivindicando, que corrieron delante de los grises, que si esta huelga, que si aquella «mani»…

Puede que tengan razón, tal vez tendríamos que dejarnos oír más en la calle y menos en las redes, pero somos de otra manera. Quizá algo de «culpa» la tienen ellos, quienes tanto gritaron y reclamaron de puertas para afuera nos han terminado educando de otra manera. Una forma que a priori era la mejor, la más sana, la más lógica. La más justa. Nos han educado en la tolerancia, en ese orden basado en el pensamiento de «hablando se entiende la gente». Puede que en sus tiempos no bastara solo con la palabra… Y por lo visto, parece que ahora tampoco funciona.

Sin embargo, sigo pensando que esa es la mejor arma para todo: la palabra. Pero siempre tiene que estar el otro dispuesto a escuchar lo que tienes que decir.

Todo esto me ha venido a la mente a propósito de las impactantes imágenes que nos llegan de Sri Lanka, cuando escuchas que el pueblo ha salido a la calle. Apenas levantas la vista a la pantalla cuando se trata de noticias «lejanas» de ese tipo que llegan desde «no se qué país del Tercer Mundo». Es triste pero cierto.

Pero quiero pararme ahí, en la capital de este pequeño país asiático conocido por muchos como el antiguo Ceilán o la «lágrima de la India»: en este caso es curioso ver a decenas de manifestantes bañándose en la lujosa piscina de la residencia del expresidente esrilanqués Gotabaya Rajapaksa, que por entonces ya había huido del país debido a la crisis que atraviesa. Incluso utilizaban las banderas nacionales como toallas. Una imagen con mucha fuerza. Inspiradora. Rotunda.

No seré yo quien aliente el chapuzón en la piscina de la Moncloa o de la Zarzuela… pero quizá haya que ir sacando el traje de baño.

Laura Quílez. En busca del tiempo perdido