Se cumple un año de una de las catástrofes meteorológicas más impresionantes que nuestro territorio ha vivido en décadas. Los efectos de Gloria aún siguen protagonizando la realidad de muchos municipios y empresas que a duras penas se han levantado de aquello. La pandemia dejó las ayudas en la lista de tareas pendientes para el Gobierno central. Pabellones hundidos, torres de electricidad caídas, cientos de caminos borrados y carreteras con grietas, árboles derribados en las calles, decenas de pueblos enteros sepultados e incomunicados durante días (sin luz, calefacción ni teléfono), familias desalojadas por derrumbes, iglesias venidas abajo, camiones atrapados, animales muertos, miles de hectáreas de bosques con cientos de pinos partidos, torres eléctricas dobladas, centenares de hectáreas de leñosos arrasados, medio centenar de naves agrícolas que colapsaron… La imagen dantesca que dejó Gloria llenó ríos de tinta e incluso trajo hasta nuestros pueblos al presidente Pedro Sánchez, que recorrió el aserradero de Cantavieja; y la ministra Carolina Darias, que estuvo en el derrumbe de Pui Pinos de Alcañiz y en el pabellón hundido de Valderrobres, entre otros pueblos. Los daños superaron los 18 millones de euros solo en el Matarraña, 32 en todo Aragón. A la semana, más de 115 pueblos ya habían enviado sus partes de daños. Su agilidad no sirvió de nada. Entonces, la declaración de zona catastrófica no se otorgó y las ayudas un año después siguen sin ver la luz. El mes pasado se habilitó la línea de subvenciones. Sin embargo, en solo una semana Filomena ha logrado esta vez que Aragón reciba ayudas vinculadas a la zona catastrófica, una declaración que no se consiguió en 2020. Tanta velocidad está ligada a la insistencia de Madrid para recibir el rescate y ha implicado la contestación de numerosos alcaldes de la España despoblada que aún esperan soluciones a lo que sucedió hace un año. Filomena ha sido una copiosa nevada, histórica sí, pero en general más proclive a la pachanga de los muñecos de nieve que a los daños. Habría que preguntarse si los problemas en Madrid han estado vinculados solo a la nevada y el frío, o a la falta de previsión para abordar un problema anunciado en una ciudad situada a 667 metros de altura pero sin planes de contingencia ante nevadas, ni sal o palas en las comunidades de vecinos, ni siquiera capacidad para alertar a las personas que iban a circular por las autovías para que paralizasen sus desplazamientos por la tarde, o a la población para que acopiase sal, herramientas para quitar la nieve y abrirse paso, organizase ideas de conciliación para sus hijos o cuidase incluso el volumen de su basura, que no se iba a poder recoger en 10 días. Ese caos en una ciudad en la que no cabe más gente, de proporciones desorbitadas, que lo engulle todo y de servicios ingestionables, necesita hoy ayuda. Bien. Somos solidarios. Hemos visto incluso viajar desde Daroca a la BRIF, Brigada de Incendios Forestales, para palear nieve en Madrid estos días.

Lo que resulta del todo inadmisible es el agravio constante e impúdico que sufre el resto del país, especialmente el medio rural, cuando se pone frente al espejo de Madrid. ¿Cuántos pabellones municipales se han hundido allí? ¿Cuántos municipios enteros han estado 4 días sin luz por el temporal? ¿Cuántas empresas se han quedado sin techo? Ahora lo mínimo que cabe pedir es igualdad en el trato, respeto a los compromisos y, al menos, que las ayudas pendientes desde hace un año no lleguen más tarde que las comprometidas por el Gobierno central para Madrid. Si no, como diría Sabina, el mensaje que se traslada a las zonas menos pobladas del país es que cuando la capital y sus ciudadanos protestan «aqui no queda sitio para nadie». 

Eva Defior