La batalla más eficaz para terminar con la propagación de la pandemia comenzó el domingo: «el principio del fin» según el ministro de Sanidad, Salvador Illa, y la consejera de Salud, Sira Repollés. Si bien el fin está lejos todavía, la luz que prendemos es la mejor esperanza y certidumbre con la que podíamos terminar este difícil 2020. El esfuerzo cooperativo de la ciencia, la salud y la logística internacional se recordará como uno de los mayores hitos de la humanidad para terminar con un virus que durante nueve meses trastocó todos los pilares básicos asentados en nuestra sociedad: desde la salud hasta la economía, pasando por nuestros hábitos sociales y valores fundamentales. La administración de las primeras vacunas en España se ha centrado en nuestros mayores alojados en residencias, todo un gesto de solidaridad, generosidad y respaldo a un sector de la población que ha sufrido como ningún otro la muerte. Más de la mitad de los casi 50.000 fallecidos por covid-19 en nuestro país han sido personas mayores, buena parte de ellas en residencias. El sufrimiento que han padecido tanto ellos como las personas que trabajan en los geriátricos así como su esfuerzo ha de ser una lección de vida que nos debería llevar a repensar los modelos de residencias así como la necesidad de su inclusión en el sistema sanitario como centros de asistencia de primera necesidad. En nuestros pueblos el envejecimiento de la población es la causa de que muchos municipios hayan extremado las precauciones, implementando medidas extraordinarias de todo tipo, y que incluso se hayan autoconfinado estos meses para proteger a sus habitantes. Esta semana varias residencias de nuestro territorio empiezan la vacunación. Se administrará la vacuna a más de 400 personas. En esta carrera correremos en paralelo al camino iniciado por el coronavirus en marzo. Sin embargo, esta vez, la zancada de la vida va a ser mucho más rápida que la de la enfermedad y la muerte, consiguiendo sin duda llegar en un sprint a meta y barriendo al coronavirus. En este sentido, la preocupación de los responsables de atención primaria acerca de cómo, cuándo y a quién se va a administrar la vacuna es lógica. La improvisación en este camino frente a la pandemia es inevitable, sobre todo cuando el objetivo es acelerar los plazos lo máximo posible. Sin embargo, cabe pedir un esfuerzo extraordinario de coordinación para evitar la incertidumbre y el sobresfuerzo entre los sanitarios; así como medidas que permitan que la primaria, la primera puerta de atención directa y cercana al paciente, siga siendo la hermana pobre de la sanidad, especialmente en el medio rural.

Editorial