Por fortuna se acallaron, al menos por ahora, las inquietantes bravatas sobre la posibilidad de emplear armas tácticas nucleares en la guerra de Ucrania. Estamos ante un conflicto prolongado porque ya supera el medio año y se necesita al menos otro medio para que las deseables negociaciones de paz maduren. No será -esperemos- un conflicto armado global como en 1914 y 1940 pero sí una suerte de guerra mundial de la energía en la que ya estamos entrando. Como víctimas preferentes, en el duro invierno que se avecina, se perfilan las clases más desfavorecidas y las empresas con riesgo de cerrar ante los insoportables precios de la energía.

En una guerra convencional, los hitos relevantes son los bombardeos masivos o la utilización de armas devastadoras. En este tipo de conflicto, el equivalente al bombardeo de grandes ciudades es el cierre por Rusia del gaseoducto Nord Stream alegando fugas que nadie cree; o una espiral acelerada del precio del petróleo, la electricidad y el gas que dispare la inflación en todos los países.Ya se escuchan las primeras detonaciones. Solo es el comienzo.

Llegarán otras armas sensibles, según confía la estrategia de Vladimir Putin; a saber, manifestaciones populares pidiendo a los gobiernos occidentales que obliguen a Zelensky a admitir la pérdida de una parte del territorio de Ucrania en la mesa de negociaciones. Todo por detener la tortura gasística rusa.
En esa guerra mundial de la energía se dispara en la bolsa geoestratégica el valor de países como Argelia, prácticamente marginada hasta hace unos meses. Hoy Argel es lugar de peregrinación para mandatarios como el italiano Mario Draghi o el francés Macron, deseosos de asegurarse el maná gasístico que antes casi monopolizaba España. Debido a la extensión a América de las consecuencias de esta guerra que se libra en Europa, suben las acciones de las empresas armamentísticas, se dispara el precio del gas que se transporta licuado hasta Europa y la diplomacia de Washington relaja su presión sobre el régimen de Maduro porque su petróleo es ahora más estratégico que antes.

Dentro de la Unión Europea, las tensiones se dejan sentir. La Comisión quiere poderes especiales por si la situación se agrava para intervenir el mercado de le electricidad y de productos esenciales. No todos los países están de acuerdo. Francia sigue negándose a que un nuevo gaseoducto cruce su país desde España a Alemania como pidieron hace unos días el canciller alemán Olaf Scholz y el presidente español Pedro Sánchez. La invitación insólita de Scholz a Sánchez para que participara en una reunión estratégica de su Gobierno, solo tiene antecedente en alguna invitación de Ángela Merkel a Enmanuel Macron. Hay en esta materia energética un eje Berlín-Madrid- Lisboa con apoyo indisimulado de Bruselas, por la presidenta Úrsula von der Leyen y con Josep Borrell a los mandos de la política exterior.

Aún se respira paz interior en la Unión Europea y las penurias post Brexit disipan cualquier tentación de fuga. Pero las elecciones italianas de este mes, que pueden llevar al poder a la ultraderechista Giorgia Meloni, removerán el panorama. En Italia la simpatía pro Rusia es perceptible y Putin puede encontrar aliados inesperados en su desafío energético.

En España debería revisarse la historia reciente y preguntar qué ministros, y a quién servían, cortaron el fenomenal desarrollo de las energías renovables que hasta Obama elogiaba. Estaríamos ahora en extraordinarias condiciones para afrontar esta guerra mundial energética que nos amenaza.

Manuel Campo Vidal. Periodista