Circula una caricatura sobre un hombre que, en 2050, se dirige a un grupo de niños y les espeta: «La buena noticia es que la deuda pública está por debajo del 60%; la mala es que la Tierra se ha vuelto inhabitable».

Hoy, a San Isidro, patrón de labradores, virtuoso zahorí que aguijada en mano descubrió pozos de agua, se le reza más que nunca. Bien lo sabemos por aquí. La bautizada como España Vacía por Sergio del Molino, también se ha convertido en la España Deshidratada.

El venerado sector primario, de histórica raigambre en la España rural, cohesionador de territorios, garante alimentario y tributario del regadío de antaño, ha sufrido la evolución de la política del agua. Hitos como el Plan Gasset, el Plan Lorenzo Pardo o la Directiva Marco del Agua han marcado la hoja de ruta de un camino que ha dejado atrás la Política Hidráulica y la Política Hidrológica y avista en el horizonte de la integrista Política Hídrica, una nueva cultura del agua.

Así, uno tras otro han ido adaptando la compleja realidad de las demarcaciones a la configuración multinivel territorial y política, paradigma de la gobernanza, shared-rule en la doctrina anglosajona. Aquí han convergido el Plan Hidrológico Nacional, y los Planes Hidrológicos de Cuenca.

Como conocerá el lector, el agua tampoco ha escapado del fragor de la batalla política. La reciente polémica creada alrededor del Parque Nacional de Doñana, mosaico de ecosistemas y fuente inabarcable de una biodiversidad hoy en riesgo, así lo refleja. No ha sido el único. Antes lo fueron los trasvases, como el del Ebro, que tantas ampollas levantaron sobre la población; una vía que se abre ahora para el precitado Parque Nacional.

Hoy, el sector primario también se enfrenta a la intervención de la política comunitaria, que con una cada vez más espinosa Política Agrícola Común, bajo el paraguas – hoy innecesario para el común de los mortales – del ecologismo y la lucha contra el cambio climático, añade exigencias a explotaciones a cambio de una escasa lluvia de euros, pues la sequía ha causado, según datos de Agroseguro, el mayor siniestro en la historia del seguro agrario, con 300 millones de euros de coste.

Mientras tanto, la paralización y destrucción de obras hidráulicas y presas, santo y seña del desarrollismo industrial español, añaden presión hídrica sobre un paisaje que avista desertificación. Según AEMET, abril de 2023 fue el mes más seco de la serie histórica, con la reserva hídrica en un 48,9% y encadenando 5 semanas a la baja.

Visto que por el momento no es necesario acudir al arca de Noé para salvar a España del diluvio universal, lo cierto es que se deben exigir alternativas serias.

Algunas de ellas tienen carácter técnico, como la posible desalación que contempla el Plan del Segura; la regeneración de agua procedente de industrias, hogares y agricultura; la digitalización del ciclo del agua para prevenir su desperdicio; o los novedosos Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS).

Sin perjuicio de las anteriores, la España Deshidratada necesita conocimiento de la realidad territorial, cercanía con los problemas ordinarios del sector primario y cultura para revertir la situación una España que se vacía, envejece y ahora también se deshidrata. Es momento de exigir. Las elecciones del 28-M están aquí y la cuestión ha vuelto a la agenda política.

Además de la ayuda celestial de San Isidro Labrador, que seguirá recibiendo plegarias tras 400 años de su beatificación, se deben articular respuestas terrenales. Quizás, como decía Tales de Mileto, el agua siga siendo el arjé, principio de todas las cosas.

Óscar Luengo. Jurista, licenciado en Derecho y ADE