En esta España de contubernios secretos y/o oscuros entre Don Dinero y Doña Política, uno no sabe nunca de manera fehaciente de dónde le viene el descalabro, hasta que lo sufre en propias carnes y ya resulta imposible volver atrás. Ese proyecto de parques eólicos en el Matarraña me malicio que viene de más lejos de lo que los papeles nos hacen pensar. Prefiero no creer que estén a punto de meternos un gol incluso antes de empezar el partido, con la aquiescencia y complicidad de algunos codiciosos o ingenuos mal informados, que sienten tintinear las doce monedas en sus bolsillos.

En el muy citado pero menos leído «Don Quijote» (cap.VIII, 1ªparte) el valeroso caballero tiene la «espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento». Allí Sancho, el fiel y sensato escudero, trata de detener a su señor que ya picaba espuelas a Rocinante para atacar con su lanza a los «gigantes»-molinos. «Mire vuestra merced -decía- que aquellos no son gigantes sino molinos de vientos». La moraleja de la historia es que la realidad es tozuda, dura y desconsiderada. El molino derriba al caballero y lo deja muy malparado. Pero don Quijote sigue, en su interior, considerando que aquellos enormes seres de brazos giratorios eran reales y que el maligno sabio Frestón los cambió en molinos cuando se percató del ataque.
Pues bien, en el Matarraña, diría don Quijote (con la venia de don Miguel) «Gigantes son que no molinos». Abusemos un poco de la metáfora. El parque eólico, esos gigantescos Briareos, como los llama el caballero (buen conocedor de la mitología: Briareo es un hijo de Urano y Gea -la Tierra- y tenía cincuenta cabezas y cien brazos, lo cual le convierte en una excelente metáfora de las empresas financieras) tienen indudablemente su razón de ser y generan energía «limpia» pero a un coste ecológico y ambiental, paisajístico y territorial, del que existen estudios y pruebas sobre el terreno bastante preocupantes. ¿Más ecológico que el carbón y el petróleo y menos potencialmente peligroso que el nuclear? Por supuesto.

Pero parece probado que ocasiona daños en la fauna del lugar (en realidad la hace desaparecer en poco tiempo: pájaros y animales de montaña y bosque), en el paisaje y en el ambiente pacífico, equilibrado y de plena naturaleza que existe en los lugares donde se instalan las rumorosas y gigantescas palas rotatorias. Por lo tanto don Quijote tiene razón: esos presuntos molinos son gigantes dañinos disfrazados de molinos.

Ya llevan meses los agentes de la empresa eólica, por lo visto, sondeando alcaldías ¿y políticos? de la zona. Se habla de 84 aerogeneradores en varios pueblos del Matarraña: La Portellada, Ráfales, La Fresneda, Fórnoles, Valdetormo, Mazaleón, Fabara, Valjunquera y Maella, divididos en cuatro parques. Aquí hay una evidente colusión entre intereses propios -legítimos sin duda- y los generales y comarcales -tan legítimos como los anteriores pero que conciernen a una visión de futuro de la Comarca entera. No sólo se trata del daño directo y bioambiental realizado al territorio o del agravio al sector turístico sino del principio ético que debería motivarnos a todos cuantos vivimos en esta tierra: no podemos vender por un plato de lentejas la obligación que tenemos de propiciar un futuro mejor que el presente que tenemos para nuestros descendientes. En una atmósfera global de desastre ambiental debemos apostar por soluciones energéticas lo menos dañinas posibles para con nuestro castigadísimo entorno. ¿Por qué no apostar por las placas solares?: hay páramos extensos en nuestra tierra en los que se podrían habilitar verdaderos escuadrones de esos captadores de sol, que darían energía barata a nuestros pueblos tan necesitados de ayudas. Y no conozco estudios contrarios a las placas en cuanto a su idoneidad ecológica.

Sirva este artículo a modo de aviso o advertencia. Hay a favor de la prudencia en la toma de decisiones una directriz comarcal ya desde 2008 y una «Carta del Paisaje» de 2010 que promueve «mejoras» y no mercadeos. Hablar de «pros» de ese infausto proyecto, citando inyecciones a presupuestos y arreglos de carreteras, suena a una muy conocida falacia poco democrática: la debilidad de presupuestos municipales y el estado de las carreteras son asuntos públicos que dependen de una Administración del estado que permite que eso suceda porque no quiere o no puede solventarlo. ¿Hemos de comprar a un precio ambiental de futuro el dinero que por ley nos debería llegar por sus cauces legales y administrativos? Esto es semejante a la compra de joyas arquitectónicas y artísticas por americanos adinerados en el siglo XIX y principios del XX, o por españoles de regiones más ricas en el pasado siglo. Dinero ilegal que raramente llegaba al pueblo sino que se embolsaban los caciques u otros prohombres políticos o religiosos de la época. No es este el caso. Estamos hablando de decir adiós al sueño estético y ambiental de una «Provenza» aragonesa, un paisaje idílico y bello que comienza a ser conocido y apreciado en el resto de España.

Esto no es una cuestión de «referéndum» de vecinos sino de puro sentido común del equilibrio natural, la sostenibilidad y la filosofía ambiental, turística y de desarrollo de esta tierra. A los que sueñan con «dinero fresco» vendiendo lo que sea, les sugiero que paseen por los parques eólicos de la vecina Terra Alta y pregunten a la gente de esos pueblos si están satisfechos con lo que tienen y si han visto los «frutos» de esa tecnología invertidos en la propia tierra, después del primer pago.

Alberto Díaz Rueda – Escritor. Alcalde de Torre del Compte