Después de tantos años viviendo en el olvido generalizado, estos días ha vuelto a cobrar vida Santolea; y cobra vida más allá de aquellos que fueron arrancados de sus casas, de su memoria y del lugar al que amaban. Lo que acontece con Santolea llega en muchos casos tarde. Hoy Santolea resurge desde lo alto de un puente de piedra que ha vuelto a la luz tras el vaciado del pantano. Un puente que si no lo impedimos, será la última víctima de este despropósito. Yo que tengo poca o ninguna estima por las grandes obras hidráulicas que han inundado pueblos, he tratado en alguna ocasión de imaginar el desgarro que debe suponer que te arranquen de golpe de tu raíz, que inunden tu casa, tu paisaje y tu memoria; que te manden al exilio forzoso y que además sólo una mínima parte de la población empatice con tu desgracia. Vivir siempre con ese poso de amargura debe ser durísimo.
En nuestro imaginario colectivo Santolea es un pantano, sin más, y poco o nada se ha hecho por resarcir a sus hijos e hijas del drama que vivieron. No tienen un lugar al que volver y fueron condenados a una diáspora insolidaria que vive en el olvido. Que se sepa alto y claro que el casco urbano jamás iba a ser inundado, y que se recuerde que fue obra de una dictadura la voladura de sus casas, la expulsión de sus vecinos y una especie de «condena eterna» a sus habitantes para que sus recuerdos y su historia viviesen en el limbo. Recuerdo con cariño a José Daniel Gil, amigo ya fallecido, aquel maestro con quien tantas tardes hablé sobre Santolea. Encontró en mí a quien empatizaba con aquel desastre que tuvieron que vivir, para que aguas abajo otros encontrasen su riqueza y su sustento. Y aguas abajo también encontraron la indiferencia más absoluta. Qué tristeza. Hoy quienes tanto han cosechado a costa de ese pantano, deberían abanderar la causa del puente. Se lo deben a Santolea. Ese puente es un tesoro y un símbolo que debemos preservar como testigo de una política hidráulica caduca e inmisericorde, que pasaba por encima de todo y de todos.
Para colmo faltaba la CHE, siempre la CHE, que ha hecho lo que le ha venido en gana y ha matado al Guadalope aguas abajo con un desembalse incontrolado que ha destrozado la ribera con sus lodos. A la dichosa CHE hay que exigirle que desmonte el puente y lo restituya en Santolea, para que al menos sus vecinos y descendientes encuentren un cobijo y un símbolo. Y a la dichosa CHE hay que exigirle que recupere las riberas; esa dichosa CHE que no deja escamondar los chopos de ribera sin miles de permisos, pero que está matando a un rio sin ponerse ni colorada. Santolea viva, su puente en pie y los rios con vida. Es de justicia.
Teresa dice
Siempre recordare a mis tios que fueron de los primeros obligados a irse, los recuerdos triste y explicando como vivian en la parrte baja del pueblo . Les destrozaron la vida
GUIHENEUF dice
Que bien dicho todo
venia de vacaciones cada verano en santolea del 56 al 70 a casa de la tia visita en la calle mayor
soy famila de jose daniel gil
monica lamien gil santolea y francia
Enrique dice
Sin duda, en aquella época el Guadalope llevaría más caudal que el que aporta en los últimos años de sequías.
No es justificar a nadie, pero tener agua embalsada, teóricamente suponía riqueza para riego y alimento aguas abajo.
En aquel tiempo poco se hablaba de impacto ambiental y menos aún social. Se tenia la sartén por el mango y se legislaba y decretaba a discreción.
Quizá fue una decisión fácil la de realizar el embalse de Santolea, y habría que analizar si era o no necesaria y los intereses que había.
Pero ya el daño está hecho. Ahora se recrece el embalse, es necesario??, noestamos rn una dictadura y quien se hace esa pregunta??.
Suponiendo que asi sea necesario; se puede pedir de forma y modo oficial la petición de una plataforma o asociación en la que se integren ayuntamientos, diputación, y DGA, particulares…. en la que solicite a la CHE, un traslado del puente a otro lugar, pues no creo que a ninguno de los miradles que hoy estamos interesados en el tema, tengamos ocasión de volver a ver el embalse vacío.
Es solo una forma ordenada y formal de pedir las cosas a una administración a veces sorda y a veces también muda.