Cuando se habla de las procesiones de la Semana Santa se suele llamarlas «tradicionales».

Para no crear confusión habría que comenzar diciendo como define el diccionario «tradición» en lo que nos respecta: «Transmisión de (…) doctrinas, ritos, costumbres, etc. hechas de generación en generación». Estando las generaciones de por medio no es extraño que el tiempo para que algo aparezca cómo «tradicional» depende de la generación a que se pertenezca quien lo está considerando, aunque en sentido estricto nada puede considerarse así sin tener sobre el asunto el poso de la Historia.
Con este planteamiento la Semana Santa Caspolina no es (o lo es sólo en pequeños detalles) «tradicional». Mas bien «ha echo camino al andar».

La Semana Santa Caspolina, sus Cofradías son- tal como la vemos ahora- fruto del Nacional Catolicismo de la postguerra. Aquel imbuido por el espíritu de la Santa Misión, del que recuerdo la plaza de la Virgen a rebosar de caspolinos trajeados y devotos escuchando a un predicador foráneo que hablaba desde un balcón he instaba al pueblo a «desagraviar las ofensas recibidas por Cristo Rey por parte de las hordas marxistas». En estas circunstancias y ambiente comienza la historia de la actual Semana Santa Caspolina recogida por Alfredo Grañena en un (por otra parte) meritorio libro; meritorio por recoger datos objetivos y personales de cofradías, pasos y cofrades. En él se reseña bien de que año son las cofradías. Todas, menos la de la Veracruz, creo, son de a partir de 1943, cuando todavía había batidas contra los Maquis por los montes cercanos a Caspe.

La Semana Santa Caspolina -según me contaba mi madre, que nació en 1922- «era muy sobría y triste; no había casi imágenes, solo un San Juan con el dedo señalando hacia arriba, o un Poncio Pilato lavándose las manos, y una Virgen con el brazo articulado que lloraba y se llevaba el pañuelo a la cara. Tampoco había mucho sonido en ella, poco más de un par de tambores y una dulzaina». Para mi madre esa era la Semana Santa Tradicional Caspolina.

En Caspe cuando se crea «su nueva Semana Santa» se hace con el apoyo de gente como Juan Ciudad o Rafael Miravete, con orígenes andaluces, he implantan el capuchón y no el tercerol bajoaragonés, que sólo conserva la Cofradía de Excautivos. Por eso el Nazareno, patrocinado por los socios del Casino Principal, tiene bonitos faroles.

Y si queremos hablar de la «tradición de los tambores y bombos» tengo que decir que yo, que nací en 1945, no los escuché hasta entrados los años 60. Si los había visto en fotos (y escuchado más tarde) en Calanda, siendo un niño de once años, cuando fui a la boda de la hermana de mi amigo de los Jesuitas, Manuel Gonzalez Muriel.

Así que seamos más rigurosos en el momento de designar como «tradicional» a la Semana Santa Caspolina.

Alejo Lorén