La observación de un problema y la búsqueda de una solución es una actividad en la que intuición y razón han de trabajar juntas. Creemos que la solución es lo importante, pero no podemos olvidar la importancia del camino que nos ha hecho como somos y que está en el secreto de la solución que hemos encontrado.

Hoy una guerra nos oprime y nos angustia. Tenemos miedo. Y más que nunca antes necesitamos una solución. Estamos atrapados en un difícil laberinto.

Repaso lo que me ha llevado al mundo de los laberintos y de sus soluciones. Y todo comienza en Milán, ciudad arquetipo de la belleza oculta. Encontré la Librería de Franco Maria Ricci en Vía Durini, un templo de sabiduría y de belleza que desde entonces visité en cada uno de mis viajes. Ricci era un esteta, un editor de obras de lujo, y un buscador infatigable de lo bueno para nuestro mundo. En nuestras conversaciones siempre me hablaba de Borges y de sus geniales estudios sobre la vida y el laberinto en el que vivimos. Ricci inspirado por Borges, creó cerca de Parma, su ciudad natal, su casa museo que cuenta con uno de los laberintos más hermosos de Europa hecho con bambú. En ella murió en 2020.

La presencia del laberinto en la vida y la literatura de Borges, especialmente a partir de la publicación de «Ficciones» en 1944 (el año que nací yo) se convirtió en una especie de axioma. En esta obra Borges recogió su escrito de 1941 «El jardín de los senderos que se bifurcan», que me enseñó que toda la historia ya ha sido escrita, y que lo que nosotros hacemos es solamente reescribirla. Su protagonista, Tsui Pen, diría «Me retiro a escribir un libro. Me retiro a construir un laberinto».

La más antigua descripción sobre el laberinto se describe en el capítulo segundo del Genesis, el primer jardín de senderos que se bifurcan, el Edén. Ahí es donde nuestros primeros padres hicieron uso por primera vez del libre albedrio decidiendo seguir el sendero marcado por el árbol de la ciencia del bien y del mal, en vez de tomar el del árbol de la vida. Esa primera bifurcación y los cuatro ríos que nacen en el Edén, (Pisón, Gihón, Hidekel y Eufrates) han sido el origen de todas las otras, y nos ha enseñado que en el centro del laberinto puede estar la condena o la salvación.

El laberinto más famoso aparece en la mitología griega, en la historia de Teseo, príncipe de Atenas. Este laberinto fue diseñado por Dédalo para el rey Minos de Cnosos, a fin de encerrar en su interior al feroz hombre-toro conocido como Minotauro. Cuando Minos competía con sus hermanos por el trono de la isla, oró a Poseidón pidiéndole que le enviara un toro blanco como la nieve, como signo del aval y la bendición divina. Minos tenía que haber sacrificado el toro a Poseidón, pero, fascinado por su belleza, decidió conservarlo y sacrificar uno de sus propios toros, de menor calidad. Poseidón, enfurecido por su ingratitud, provocó que Pasífae, la esposa de Minos, se enamorase perdidamente del toro hasta llegar a copular con él. La criatura que dio a luz fue el Minotauro, que sólo se alimentaba de carne humana y no podía ser dominado. Minos, entonces, pidió al arquitecto Dédalo que construyera un laberinto para albergar al monstruo. Una vez en Creta, Teseo atrajo la atención de la hija de Minos, Ariadna, que se enamoró de él y, en secreto, le dio una espada y un ovillo de lana. Le dijo que atara un cabo en la entrada del laberinto y lo fuera desenrollando a medida que se adentrara en él. Tras matar al Minotauro, podría encontrar el camino de regreso y salir sin dificultad. Teseo mató al monstruo, y escapó de Creta con Ariadna, a la que abandonó más tarde.  

A diferencia del Edén, cuyos múltiples senderos daban múltiples salidas, el de Creta solo tenía una salida posible que era acabar con el monstruo. Y esa salida fue inspirada por una mujer, Ariadna, que se sabía amada y enamorada.

En nuestros días, Carl Jung (1875-1961) el sabio que más nos ha enseñado sobre los mitos y las simbologías, contemplaba el laberinto como símbolo de reconciliación entre el yo interior y el mundo exterior. La vida es un viaje a través del laberinto. En su obra «Las etapas de la vida» nos dice: Cuando debemos afrontar problemas, instintivamente nos resistimos a probar el camino que nos lleva a través de la oscuridad y la tiniebla. Deseamos escuchar resultados inequívocos, y nos olvidamos por completo de que estos resultados sólo pueden aflorar cuando nos hemos aventurado y hemos emergido de la oscuridad. Pero penetrar la oscuridad requiere hacer acopio de todas las fuerzas iluminadoras que nos ofrece la consciencia… Los problemas más graves de la vida nunca se resuelven del todo. Si lo parece, es señal de que algo se ha perdido. El significado y el propósito de un problema no residen en la solución, sino en trabajar sobre ellos incesantemente. Sólo esto nos preservará del embrutecimiento y la petrificación.

Ahora se enfrentan dos monstruos: la OTAN y Rusia. Sabemos que son el centro de este nuevo laberinto que nos divide, y necesitamos el hilo de Ariadna para ayudarles y para ayudarnos a encontrar una salida. Si pensamos en el de Creta, hay que acabar con el monstruo, sea uno o sean muchos. Si pensamos en el Edén, hay múltiples senderos, pero hemos de recorrerlos y aceptar que nos equivocamos en nuestra primera elección. Siguiendo a Jung creo que los grandes problemas nunca se resuelven del todo, y un equilibrio en la balanza puede ayudar, al menos durante el tiempo necesario para intuir una nueva y mejor salida.

Antonio Germán Torres. Cierzo y bochorno