Vuelve el colegio, la rutina, el regreso a las oficinas, cada uno retoma su puesto de trabajo… Ha terminado el verano y con él las vacaciones de la mayor parte de la gente. Las ciudades han ido recuperando poco a poco su densidad de población con la llegada de septiembre, al mismo tiempo que los escaparates se han vestido de uniformes, mochilas y lo último en material escolar. Todo el mundo  ha retomado el lugar que va a ocupar durante los próximos meses, hasta que vuelva la temporada estival.

Y mientras tanto, también con la llegada del noveno mes del año, las zonas rurales han dicho adiós a los últimos rezagados que quedaban en los pueblos. Las casas que hace un par de meses vieron subir sus persianas estos días las han vuelto a bajar. Las plazas, en las que se oía jugar a los más pequeños y el ruido de los balones, hoy contemplan un silencio que permite incluso escuchar el leve susurro del viento o el movimiento de las ramas de los árboles al chocar sus hojas movidas por la brisa.

Las conversaciones a la luz de la luna, las que este año han comenzado a formar parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, también se han esfumado hasta nueva orden. Ya no se escuchará «¿Y esta de quién es hija?»,  o «Pero mira qué grande está» al pasar por delante de los corrillos de vecinos, porque tampoco permanecerán ahí. Y esto no se debe solo a que vayan a bajar las temperaturas en los próximos días, sino a que la mitad del grupo habrá regresado a la ciudad.

En mi caso, dejo mi pueblo (Chiprana) por unos meses por motivos académicos, aunque debo reconocer que soy de esas personas que vuelven a sus orígenes cada fin de semana. Pero sobre todo, he de confesar que me encanta regresar a la ciudad cargada de los productos del huerto de mi padre, en una estampa en la que yo misma me veo reflejada en el actor Paco Martínez Soria en «La ciudad no es para mí».

Esta rutina la retomo en septiembre, en ese mes en el que los pueblos vuelven a su estado natural, el vacío. Y es en este momento cuando ese espejismo de vida, de gente por las calles, se esfuma. En menos de un año estas localidades se volverán a llenar de vecinos y vitalidad, pero una vez más será parte del ciclo de la vida rural, en el que la gente va y viene, pero pocos permanecen. Ojalá algún año sean varios los que decidan ir al pueblo y quedarse más de tres meses seguidos, y que su vuelta a la rutina en septiembre tenga cabida en el medio rural.  Yo espero poder hacerlo pronto, ¿me acompañan?

Pilar Sariñena. A corazón abierto