Me gusta coger la bicicleta, esa que me regaló mi madre y a la que llamo por su nombre, Luisa, y salir a recorrer los interminables caminos de las Planas, las sendas de los barrancos del Matarraña o las vías muertas del ferrocarril del Val de Zafán.

En esos espacios es normal encontrarse monasterios ruinosos entre los pinares del Desierto de Calanda y el Valle del Silencio de la Fresneda, o estaciones inacabadas a lo largo de la línea ferroviaria que debía unir Baeza con Francia, pero que terminó muriendo, antes de nacer, en la Estanca de Alcañiz, o las antiguas fábricas abandonadas entre los ocres infinitos de la ribera del Matarraña.

Algunos de esos edificios fueron sueños frustrados y otros proyectos nunca terminados, pero todos parecen tener un mismo elemento en común, la desidia de generaciones de políticos torpes, más empeñados en sus propias vanidades pueblerinas, que en sacar adelante una tierra que se muere y seca.

Pero no escribo sobre historia pasada, esto también forma parte nuestro más actual presente.
Esta tarde soleada, te invito a que te des un paseo por lo que debería ser el hospital de todos nosotros, el Hospital Comarcal, próximo, como un mal augurio, a la abandonada estación de tren de Alcañiz.

Ahora hace dos años que se anunció la colocación de la primera piedra, y allí debe seguir, porque poco más se ha hecho en este tiempo. Suelo pasar un par de veces por semana y siempre veo el mismo esqueleto de hormigón, desprovisto de piel y color, sin más presencia humana que, a lo mejor y de vez en cuando, alguien bajo un casco de color llamativo, haciendo posiblemente alguna labor de mantenimiento.

A golpe de pedal he aprendido a sentir esta tierra, a conocer su historia épica y a dolerme esta especie de acuerdo tácito para desdeñar todo lo vital y dar importancia a los convencionalismos, las simples apariencias y la insoportable cultura de la fiesta que pretende llenar el vacío de arte, creación y educación.

Mi vida está tejida más de rebeldía que de resignación, y no me resisto a estos impulsos batalladores de entrar por mi cuenta en ese inerte proyecto de edificio hospitalario e inaugurarlo, dar vida, aunque sólo sea por un fugaz momento virtual, a esas habitaciones que debían dar alivio y esperanza, o a esos quirófanos proyectados para ganar batallas a la muerte; lo que debería ser un espacio para la salud, es una aterradora soledad habitada sólo por alguna capitana arrancada del cercano Cerro de Santa Bárbara.

Me gustaría creer que esta quietud conformista de todo un pueblo es como un mal sueño, del que un día despertaremos, y que llegará una mañana en que podamos levantar la vista y sentirnos orgullosos por haber sido capaces de cambiar esta realidad. Pero, la verdad, no soy muy optimista y por lo pronto, en el horizonte de las próximas elecciones, solo veo más de lo mismo, las mismas personas sirviendo a los mismos amos atornillados a los bancos del poder central, con la salvedad del aire fresco de Teruel Existe.

Ser de esta tierra no es simplemente pisar su suelo, ni llevar en la solapa la bandera; ser de esta tierra, amarla, es creer en nosotros mismos, cuidarla, trabajarla, labrarla, vivirla: no somos la España vaciada, porque nadie nos ha secado, somos la España exiliada que no ha sabido tener una línea férrea, una autopista, banda ancha, ni tan siquiera acabar el hospital comarcal.

José Luis del Valle – Abogado