Los trabajos intelectuales relacionados con la cinematografía tienen un aspecto práctico que trasciende el mundo para el que fueron creados. Me refiero al estudio de la «adaptación» de las obras literarias en películas. Directores y guionistas son capaces de hacer obras muy distintas a partir de un mismo texto. La alianza literatura y cine es una de las más fructíferas en las artes. Son dos artes y dos lenguajes diferentes que no deberían compararse porque manejan reglas del juego distintas. Lo justo es comparar una película con otra película y un libro con otro libro, aunque siempre está la tentación de pensar si es mejor el libro o la película adaptada del primero.

Es una visión sorprendente comparar una novela con las, a veces, distintas películas que se han producido sobre la misma obra. Que yo conozca la obra que más veces se ha llevado a la pantalla ha sido «Mujercitas» de Louisa May Alcott. Hasta hoy han sido siete las adaptaciones cinematográficas de esta novela. Las dos primeras en cine mudo. De las otras cinco la más reciente de sus adaptaciones es de 2019, dirigida por Greta Gerwig. Lo más destacado de la película y que también ha sido un aspecto fuertemente criticado, es que Gerwig juega con los momentos clave de la historia y los narra en un orden cronológico diferente al que conocemos.

Asimismo, modificó hábilmente el final original, rindiendo homenaje al destino que se supone Alcott imaginó para su protagonista Jo March, pero que no pudo escribir ella misma. El hecho de mostrar a las adolescentes abriéndose camino en un mundo de hombres y asumiendo la responsabilidad de ser el motor económico de sus hogares mientras persiguen sus sueños, es un claro ejemplo de la búsqueda de la igualdad de oportunidades y de empoderamiento femenino. Es una historia en la que la figura de la mujer destaca y obtiene gran relevancia con personajes fuertes, con voz, convicciones e independencia.

Quiero mencionar otras dos obras. Me refiero en primer lugar a la saga Millenium y a su protagonista Lisbeth Salander. Hemos podido disfrutar de una versión sueca y otra americana. La distancia cultural entre ambos países también se refleja en sus adaptaciones. Para el lector, quizás el punto más discutible es la gran diferencia que existe en el caso de Salander, que es en los libros un personaje muy reflexivo y en las películas muy extravagante.

Y en segundo lugar me refiero a la gran novela de Mario Puzo: El Padrino. Siempre me he sentido sorprendido por la inteligencia de Francis Ford Coppola y de Mario Puzo presentando a la mafia siciliana con valores, algunos muy positivos, que casi hemos perdido en el mundo actual. Mario Puzo se inspiró en la mafia napolitana que según su jefe Antonio Spavone le había explicado que «si los sicilianos habían enseñado a estar mudos y en silencio, los napolitanos «habían hecho entender al mundo como hay que comportarse cuando se manda, un gesto es mejor que una acción odiosa».

En la vida política, la distancia entre el programa (la novela) y la película (la realidad de los hechos) es semejante a una representación de las que vemos en la televisión o que conocemos a través de otros medios de comunicación. La adaptación de las promesas al tiempo en que se vive, es semejante al trabajo de novelistas y directores, y el resultado conseguido depende en gran parte en la selección de los protagonistas. No podemos entender al Padrino sin Marlon Brando, ni podemos juzgar la Política sin Margaret Thatcher. Mejor no puntuar a los líderes actuales. En las tres grandes obras consideradas hemos visto raíces de un feminismo actual, de una sociedad decadente y de unas tradiciones familiares desaparecidas.

Antonio Germán. Ingeniero y empresario