Hace unos días leí sobre el concepto del sobreturismo y sobre las graves consecuencias que sufre la explotación turística salvaje de las ciudades y espacios naturales del planeta. Lo que por un lado ayuda a sostener la economía de muchas regiones, por otro tiene efectos muy negativos sobre los habitantes de esas áreas, que muchas veces se ven obligados a abandonar sus hogares para trasladarse a barrios o poblaciones en las que puedan caminar por la calle con la tranquilidad de no ser el decorado de una historia de Instagram.

Las ciudades, pueblos y espacios naturales más turísticos se convierten en un decorado de cartón piedra en el que la vida no es real. Todo lo que acontece y aquellas personas que caminan por ese lugar son volátiles, pasajeras… Por ejemplo, Venecia ha instalado torniquetes para entrar a la ciudad y regular la entrada de turistas ante el riesgo de que la ciudad acabe pereciendo por esta sobreexplotación. Aunque esto convierta al mismo tiempo a la ciudad en una especie de parque temático.

Normalmente -aunque hay algunas excepciones- el turista medio no suele respetar las horas de descanso de los vecinos y tampoco las señales que permiten o prohiben realizar alguna actividad en los lugares que visitan. ¿Quién no ha omitido alguna vez una señal de prohibido bañarse sin pensar en las consecuencias de dicho acto? Ciertamente es difícil valorar la importancia de conservar el patrimonio -tanto arquitectónico como natural- cuando no te mezclas con la gente del territorio, cuando no aprendes a ver las cosas desde el punto de vista del que se queda los 365 días del año.