La pasada semana conocíamos los datos de letalidad del Covid-19 por Comunidades Autónomas y Aragón se sitúa en el tercer puesto, tan sólo por detrás de Extremadura y Castilla La Mancha. Triste bronce para nuestra Comunidad en la que mueren 15 de cada 100 diagnosticados con el virus letal.


Son datos tristes, muy tristes, porque detrás de cada número hay una vida. Detrás de cada cifra se esconde el dolor de una familia que ha padecido la muerte en soledad de un ser querido, la enfermedad y el miedo al contagio. Detrás de cada dato hay un profesional que ha tenido que tomar una dura decisión o que ha contemplado impotente la marcha de muchos.


De los fallecidos en Aragón por Covid-19, el 84 % eran usuarios de residencias de ancianos. Hombres y mujeres pertenecientes a una generación de luchadores, de gente trabajadora que con su sacrificio y esfuerzo han construido la España de la que ahora disfrutamos y han tenido que irse sin la despedida de sus familiares.


Que la frialdad de los datos no nos haga insensibles al dolor, que las estadísticas y los rankings no nos hagan ajenos al sufrimiento de los demás. Que el mal de muchos, consuelo de tontos, no sea nunca un consuelo que nos lleve al conformismo. Que la defensa o el ataque de unas siglas políticas no nos vuelvan sectarios con los que tenemos a nuestro alrededor. No se puede defender a ultranza la gestión de Sánchez e Iglesias, de Lambán y de Ventura para luego arremeter sin piedad contra Ayuso o el alcalde de un pueblo que lo único que ha hecho ha sido conseguir test para los usuarios y trabajadores de su residencia. No se pueden tener dos varas de medir cuando tanta gente sufre.

En pleno siglo XXI nos enfrentamos a una enfermedad contagiosa que debemos combatir entre todos, cada uno en la medida de sus posibilidades. Unos atendiendo a los enfermos, otros intentando evitar que el virus entre en las residencias de ancianos sometidos a un estrés tremendo cada día que entran a trabajar y tienen que cuidar cada gesto para evitar transmitir al interior el virus devastador. Desde las fuerzas del orden que vigilan para que se respete la desescalada al encargado de limpieza que se esmera en desinfectar cada palmo de suelo, cada pomo, cada puerta o barandilla. Desde el que se queda en casa hasta el que tiene que salir a trabajar para producir, transportar o vender alimentos a la población. Todos, absolutamente todos, tenemos la obligación de sumar en esta crisis. Y también sumar es exigir responsabilidades porque quienes nos gobiernan deben ser eficaces y transparentes.


Los ayuntamientos hemos asumido competencias impropias y nos hemos puesto al servicio de los ciudadanos tanto para hacer test como repartir mascarillas. Ahora reclamamos información, concreción, protección y poder gastar la parte que necesitemos de nuestros ahorros para hacer frente a esta grave crisis sanitaria, social y económica. Ojalá me equivoque, pero me temo que la crisis de 2008 nos va a parecer un juego de niños al lado de lo que se nos viene encima. Y llega en un escenario crispado y polarizado que poco puede ayudarnos a superarlo.

Tenemos que salir adelante y la única manera de no morir por Covid-19 ni morirnos de hambre es adaptarnos a esta realidad. Test, mascarilla, distancia social y reforzar la higiene de manos y superficies. Ahora no podemos pecar de cobardes ni de temerarios. Como bien decía Aristóteles, en el justo medio está la virtud. Seamos prudentes porque bastante dolor hay ya generado. Que esta catástrofe nos sirva para valorar la salud y el afecto de los nuestros. Si la vida nos da una segunda oportunidad, agarrémosla con todas nuestras fuerzas.

Triste bronce para Aragón. Triste muerte para esos hombres y mujeres de oro con sienes de plata. Por ellos, por los que se han ido, por los que sufren y luchan: ¡Adelante!

Isabel Arnas – Alcaldesa de Albalate del Arzobispo