Que una niña de diez años decida tomarse unas pastillas de las que toma su papá -afectado por depresión crónica- no como un juego imitativo sino con la intención de «desaparecer para siempre» porque en la escuela le iba mal con unas compañeras y en casa se sentía ignorada por todos, no se puede articular como un intento de suicidio ya que esa es una categoría de pensamiento que no le corresponde por edad. Pero la voluntad de «desaparecer» es la condición que la puede encuadrar en la ominosa estadística de niños, adolescentes, jóvenes, maduros y ancianos que optan por el suicidio como una forma de escape, de un sufrimiento casi siempre silencioso y no compartido con nadie.

La calificación de suceso «vergonzante», que hay que ocultar y disimular, propio de las sociedades supuestamente avanzadas, convierte el suicidio en un secreto a voces que la pandemia ha terminado por sacar a primer plano. De 2019 a 2021 las urgencias por intentos de suicidio aumentaron en España exponencialmente y en niños un 105,2%. La incapacidad de todas esas personas, de un amplio arco de edades, para gestionar el propio malestar, es un devastador cuestionamiento del tipo de sociedad que hemos creado y de los usos y costumbres que priman el individualismo feroz y la adicción a todo tipo de adicciones lúdicas y momentáneas. Los cuadros de ansiedad y depresión se han convertido en algo usual y reiterativo. La familia nuclear ha desaparecido en muchos casos como tal, no existe una comunicación emocional entre sus miembros y los niños y adolescentes se refugian cada vez más en el virtual y falso recurso de las redes. Los porcentajes oficiales de adolescentes y jóvenes (llamados despectivamente «generación de cristal», como si los adultos estuvieran en mejores condiciones) con tipos diferentes de trastornos mentales o malestar emocional, es apabullante y más de la mitad se automedican usando fármacos de algún miembro adulto de la familia. La ideación suicida crece en la población española y la situación socioeconómica y laboral es suelo fértil para ella.

Por favor, en caso de urgencia llame al 024, el teléfono de atención gratuita contra el suicidio. Y en otro orden de cosas: exijamos al Gobierno una declaración de alerta nacional y la creación de comisiones interdisciplinarias para estudiar el problema y buscar soluciones de urgencia. Algo podrido hay en nuestra forma de vida.

Alberto Díaz Rueda. LOGOI