Quiero dedicar la columna de la Navidad a las residencias de ancianos, donde tantos caspolinos y personas venidas de otros lugares están viviendo con desasosiego -aunque seguro que con esperanza e ilusión- estos días.

Para ello, y como me es habitual, voy a trufarla con anécdotas. La primera es personal, de cuando Caspe no tenía más residencia que la de las HermanItas de los Desamparados, y el ayuntamiento socialista pensó en construir una municipal.

Ante la endémica falta de suelo público por parte del Ayuntamiento mi padre había regalando el terreno en que construir un colegio, al que se le dio su nombre en agradecimiento; años más tarde asistí al momento en que un Mariano Gómez Callao amable le decía a mi padre, paseando: «Ahora, Alejo, nos tienes que dar terreno para hacer una residencia de ancianos. Piensa que todos vamos a acabar allí». Aquella sugerencia del Alcalde no prosperó, y la residencia municipal se acabó levantando en los terrenos del viejo Campo Municipal de Deportes cuando se hizo la operación urbanística que posibilitó construir el actual en terrenos de la familia Herrera – Rosales, momento en que se pactó llamar al nuevo recinto deportivo con el apellido del propietario, «Rosales».
La astucia del alcalde, plantando rosales trepadores en la fachada y añadiendo al apellido el correspondiente artículo, ha hecho que popularmente acaben llamándole «Los Rosales». Esta anécdota la contó (afeando el hecho) varias veces por Internet el recordado Joaquín Cirac, que en los años de la operación estaba en el Ayuntamiento.

La gestión de la construcción de la nueva residencia acabo siendo un desastre, dilatándose en el tiempo. Se abandonó el primitivo proyecto, tanto para hacerlo también Centro de Día como para ir adaptándose a las cambiantes normas de la DGA en este tipo de establecimientos. A esta residencia, cuyo proceso de concesión de gestión una vez concluida pasó, también, por vicisitudes, se le dio el nombre de Adolfo Suárez.

Pero Caspe tuvo, desde principios del siglo XX, un lugar para los ancianos cuando se los llamaba «asilos» y eran exclusividad de asociaciones religiosas, en este caso las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Regentado por las mismas desde 1978 es el «Hogar Santa Maria la Mayor». Consta de un conjunto de edificios que evidencian su crecimiento en el tiempo. Tiene una amplia iglesia junto a la que se monta el Belén más bonito de Caspe. Hablando de ella merece ser recordado mosen Eduardo, que tanto hizo por mejorarla siendo su capellán, y al que de niños llamábamos «mosen Lapicero» por su altura y delgadez; un cura joven que luego se significó en la defensa del pueblo viejo de Mequinenza. La fundación del primitivo «asilo» tiene que ver con una caspolina que fue Madre General de la Congregación, la Madre Ferrán cuyo nombre lleva una plaza no muy lejana de la residencia, y a la que también llaman algunos «la plaza roja», y en la que hay un monumento a las víctimas de los dos bandos de la Guerra Civil de 1936-1939.

Espero haberles entretenido con estos «comadreos caspolinos» en estos días en que apetece estar con los familiares y amigos y no se puede, aunque siempre es posible tenerlos en el recuerdo. Feliz Navidad.

Alejo Lorén