Hace relativamente poco tiempo aparecía la noticia de la inclusión del convento de concepcionistas franciscas de Cuevas de Cañart en la lista roja del patrimonio español que la asociación Hispania Nostra viene elaborando desde hace algunos años. Este establecimiento, fundado en la segunda mitad del siglo XVII, en el que habitaron religiosas tan destacadas como la alcañizana sor María Francisca de Pedro y Cascajares, es una interesante fábrica arquitectónica única en el territorio bajoaragonés, tanto por los materiales empleados, tapial y ladrillo, como por la preservación de buena parte de las dependencias conventuales.

Si nos circunscribimos al ámbito bajoaragonés, en la nómina elaborada por Hispania Nostra aparece el otro convento de Cuevas de Cañart, el de los servitas, en el que se ha actuado recientemente para consolidar parte de sus ruinas; pero también la Cárcel y la Torre del Penal y la Fábrica Bonica de Valderrobres, el convento de los franciscanos de Nuestra Señora de los Ángeles de Híjar, la ermita de San Gregorio de Aguaviva, el convento del desierto de Calanda, y el castillo y la trapa de Santa Susana de Maella, este último caso, añadido recientemente. Sin embargo, hay otros ejemplos que no han ingresado en la lista, pero su estado es preocupante desde hace algún tiempo.

En efecto, edificios tan destacados del patrimonio arquitectónico como la iglesia de Santiago de Montalbán, un edificio estructuralmente gótico, que, a pesar de ser considerado como «mudéjar patrimonio de la humanidad» –sí, entre comillas–, su espaciosa, luminosa y fría nave única todavía espera una intervención que le pueda devolver su esplendor. Otro edificio medieval de gran valor arquitectónico es la iglesia de Molinos, que, a los problemas derivados de la humedad que sufre, se suma el mal estado de conservación de la portada sur, el elemento de mayor calidad que tiene.

También esperan una actuación urgente otros edificios de cronologías posteriores. Entre ellos, la iglesia del convento de los carmelitas de Alcañiz, que, si bien pudieron llevarse a cabo labores de limpieza en la fachada recientemente, el resto del edificio todavía sigue esperando una intervención que ataje tanto los problemas de humedad como los derivados de la tormenta de granizo que afectó a la ciudad en el verano de 2003, que, casi veinte años después, todavía siguen sin resolverse. Asimismo, la iglesia parroquial de La Fresneda, en la que pudo actuarse en el campanario recientemente, también espera otra intervención en el interior que ataje, de nuevo, el problema de humedades y otras cuestiones. Afortunadamente, en esta última localidad, se consolidaron las ruinas de la iglesia del Santuario de la Virgen de Gracia, quizá, un paso previo a una actuación integral en el conjunto.

Frente a la pasividad de diferentes instituciones civiles y eclesiásticas, y, por qué no decirlo, universitarias en algunos casos, destaca el impulso de los habitantes de las localidades, algunos ayuntamientos, asociaciones, centros de estudios y determinados departamentos de algunas comarcas por sacar adelante el patrimonio de cada uno de los pueblos. Los agentes políticos no solo deben luchar porque nuestra zona, el Bajo Aragón, tenga servicios e infraestructuras públicas de calidad, sino que también deben apostar por preservar el patrimonio, que, al final, constituye la memoria de los habitantes.

Si se quiere ver en términos económicos, su recuperación y puesta en valor permitirá crear puestos de empleo y asentar población, como sucedió con el convento de mínimos de La Fresneda y la casa del barón de Andilla en Valdealgorfa, reconvertidos en establecimientos hoteleros. Sin embargo, siempre que se pueda debe abogarse por continuar el uso para el que fueron concebidos.

Como alcañizano que, desde el ámbito universitario, investiga, estudia y pone en valor todas estas manifestaciones arquitectónicas, especialmente, las desarrolladas en los siglos XVII y XVIII, no puedo dejar de mirar con asombro y tristeza todas estas situaciones. Si la Guerra Civil ya nos privó de la mayor parte del patrimonio mueble, no dejemos perder los edificios que acogían estas piezas, seña de identidad de cada uno de nuestros pueblos.

Jorge Martín Marco. Contratado predoctoral del dpto. de Historia del Arte. Universidad de Zaragoza