Imposible afrontar este último artículo de 2020 y no utilizarlo para hacer balance de un año que sin duda quedará archivado en nuestra memoria; dentro de las vivencias individuales que nos hayan tocado vivir a cada una de nosotras o a nuestras familias, o en la memoria colectiva, que como sociedad, habremos ayudado a escribir en las páginas de la historia de la humanidad.

Sin duda, la primera valoración que podemos hacer de este año que termina, lamentablemente es negativa, muy negativa. Hemos perdido a demasiada gente, demasiados seres queridos que se han marchado sin poder llevarse un último abrazo y llevarse con ellos todo el cariño de quienes quedamos aquí; se han ido, y hasta la despedida ha sido en soledad.

Además de los miedos e incertidumbres de la pandemia sanitaria, muchos han tenido que hacer frente a una crisis económica, a pérdida de empleos o cierre de negocios. Hemos vivido un verano sin fiestas en nuestros pueblos, con piscinas vacías y con terrazas acordonadas; y ahora, nos preparamos para vivir la Navidad más extraña de nuestra vida, en la que a falta de primos, tíos o abuelas que cocinen el cardo de Nochebuena, sentaremos en una esquina de nuestra mesa la tablet o el portátil y brindaremos por Zoom, y seguro que entre los deseos para el Año Nuevo está el volver a abrazarnos. Este año, por primera vez, echaremos de menos los chistes malos de nuestro cuñado.

Sin embargo 2020 también ha servido para poner en valor la importancia de «lo público» lo que es de todas y de todos, lo que nos cuida, nos protege y sirve para construir una sociedad más justa y más igualitaria. La palabra GRACIAS se queda corta y pequeña para agradecer el trabajo de tanta gente que lo ha dado todo para hacerle frente al virus. Gracias a todo el personal de los centros sanitarios que llevan meses sin reblar, trabajando desde la primera línea y sin contar muchas veces con los medios adecuados; a las que cuidan de nuestros mayores, cuidándoles el cuerpo, pero también el alma, intentando explicarles por qué hace meses que no va nadie a visitarles o por qué los abrazos ahora van enfundados en una bata de plástico y las sonrisas hay que buscarlas en el brillo de los ojos. Gracias a los que nos cuidan tras otros uniformes, vigilando para que todo salga bien y no se nos olvide que salir de esto, también es responsabilidad de cada una de nosotras. A quienes cambiaron sus misiones en conflictos lejanos por desinfectar residencias, calles y barrios.

En una sociedad cada vez más individualizada, una sociedad en la que el peso de la economía hace girar el mundo, hemos descubierto el verdadero significado de la palabra «esencial». Y un panadero, un transportista, un emigrante que viene a recoger fruta o esquilar ovejas y la cajera de un supermercado se han convertido en profesionales esenciales para que el mundo siga girando. Y les hemos aplaudido ¡claro que sí! su esfuerzo y el poner en riesgo su salud y la de sus familias nos ha permitido quedarnos seguras en nuestras casas mientras ellas y ellos salían cada día a poner en marcha el mundo.

Con ganas de poner fin a este annus horribilis y con las esperanzas puestas en el 2021 y en la vacuna contra el SARS CoV-2, en la ciencia y en la capacidad de aprender y levantarse del ser humano, esta Navidad, las sillas vacías alrededor de la mesa no querrán decir que estamos solos, significaran compromiso, responsabilidad y voluntad de construir entre todas y todos un futuro más sostenible, en convivencia y respeto con el medio ambiente, en el que poner en práctica las lecciones aprendidas y en el que no nos falte nadie.

Marta Prades – Diputada de Podemos en las Cortes de Aragón