Hace muchos años, incluso algunos siglos, un árbol, tronco y raíces (latín y lemosín), nació en el territorio que más tarde sería conocido como Corona de Aragón. Poco a poco, en él crecieron cuatro ramas casi iguales (el valenciano, el mallorquín, el catalán y el chapurriau), todas con la misma fuerza.

En una de ellas (chapurriau) se paró un tordo, terminaba de comer semillas de muérdago (castellano) y las dejó caer en su tronco; al poco en él empezó a crecer aquella simiente y a parasitar la rama que fue quedándose delgada y sus hojas a amarillear en relación a las otras del árbol, que seguían su desarrollo.

Hubo un momento en que una de las otras ramas (el catalán), acaparó más alimento (votos y dinero) que las otras y empezó a crecer y crecer (más políticos, más gente) y a elaborar su propia savia; una vez elaborada con sus hojas más grandes (academias y universidades) quería desarrollarse, ya no tenía bastante con su tronco, empezó a mandarla a las otras ramas.
Esa savia circulaba junto con la de cada rama. A veces se mantenían separadas, otras se mezclaban y, mal que bien, convivían y, por desgracia, en otras ocasiones la savia elaborada iba sofocando a la de la propia rama, sustituyéndola como si fuera la originaria de ella.
Aquella rama mayor quería hacer las veces de árbol. En teoría era una cosa antinatural, el árbol siempre sería el árbol y todas las ramas sus hijas.

Un día cayó una gran tormenta y a la rama más delgada (el chapurriau) le llegó el agua del Matarraña (iniciativas de diversas zonas en defensa de su lengua) y, dentro de su debilidad, cogió un poco de fuerza y volvieron a nacer hojas verdes (cada uno de sus hablantes que levantan al aire su voz reclamando libertad).

La savia elaborada se rebeló; aquello no podía ser, ahora, que ya casi tenía colonizadas las otras dos ramas grandes, la pequeña se rebelaba. Bombeó más savia (dinero, panfletos, propaganda, influencias); removió a las hojas coloradas, que habían nacido de su savia en la propia rama, para que se hicieran valer (charlas, libros, críticas desaforadas, medios de comunicación); no podían dejar escapar aquella oportunidad, que casi tenían ganada, de colonizar también aquel pequeño brote verde y conseguir que todo el árbol fuese suyo.

Las nuevas hojas verdes y las amarillas rejuvenecidas por el movimiento de las primeras, lanzaban su oxígeno al aire, en una melodía musical, para que les llegara a las coloradas:
«Volved hermanas, volved con nosotros, aunque ahora seáis coloradas, volved; no importan los colores, verdes, amarillas coloradas, qué más da. Lo verdaderamente importante es que hemos nacido de la misma rama ¿No sabéis reconocer vuestro origen? Esta es nuestra casa, nuestro tronco, es nuestra lengua, es el chapurriau. Volved, hermanas, os estamos esperando; siempre os esperaremos.»

Luis Arrufat (Valjunquera) – El mundo del chapurriau