Me pregunto qué mal sueño soñamos en este país de «abeles» y «caínes»; un sueño de siglos del que no sabemos o queremos despertar. Me pregunto cómo, una y otra vez, en una rueda infernal, la mitad de España recela, abomina y embiste a la otra media y se van turnando en un escenario de insultos y agresiones. Lo patético es que aún sigamos así. Incluso cuando hablamos de educación, salen gritos y amenazas. Los políticos chapotean en una ciénaga nacional, hosca y malcarada. Y hablan de educación, sin sombra de educación. Los jóvenes y los niños españoles llevan décadas como conejitos de Indias sometidos a los caprichos de tirios y troyanos. Aquí no se entiende nada. Algo tan lógico, tan razonable, como recibir la educación adecuada para ser, primero, buenas personas; segundo, buenos ciudadanos; y tercero, buenos profesionales. Pero los que tienen el deber y la obligación de facilitar ese objetivo se limitan a colocar sus consignas, sus ideologías y sus intereses en las leyes, siempre a la contra de los de la bancada de enfrente. No tienen tiempo para la educación.

Así que en vez de educar al españolito en ser buena persona, les instigan a procurar el provecho propio o el de «los suyos» e ignorar la colaboración, la solidaridad y el bienestar general. En vez de buenos ciudadanos, en prosélitos de ideas y estilos de vida basados en el privilegio y el poder. Y los buenos profesionales, cuando los hay, a buscar otro país donde vivir en paz y ganarse mejor la vida.

Es la serpiente que muerde su propia cola. El mítico «uroboros», que simboliza el ciclo eterno de las cosas, un ciclo que una y otra vez vuelve a empezar, por mucho que algunos intenten impedirlo. Todo se inicia y acaba en la educación. Hagamos tabla rasa del problema: saquen a los políticos de la ecuación. Tenemos ejemplos, en otros países, de pactos de Estado en enseñanza con resultados sobresalientes. Escojamos lo mejor de cada uno. La educación es, en definitiva, la busca de la «areté», la virtud, la excelencia en cuanto hacemos. A esa ética, hay que alimentarla con una estructura educativa eficaz, simple y adecuada, bien financiada; con una formación basada en el pensamiento crítico, la investigación y el afán de superación.

De hecho, los dos pilares básicos del humanismo en el Estado moderno y democrático, son la enseñanza y la sanidad. Justo donde aquí se prodigan los recortes. Los Estados que ignoran tales prioridades, acaban siendo países sin educación. Como el nuestro.

Alberto Díaz Rueda