Se escucharon algunos tambores este Miércoles de Ceniza en Alcañiz a las 20.00. Fueron pocos minutos, pero suficientes para recordarnos sin excesivo estruendo que nuestras ilusiones siguen ahí; prudentes, agotadas, echando de menos recuperar la normalidad. Han transcurrido once meses desde la llegada de la pandemia a España, pero parece media vida. ¿No les sucede que les sorprende, e incluso les asusta, ver imágenes de archivo de masificaciones, conciertos, fiestas o eventos multitudinarios? El día que le de un beso a mi madre no me lo voy a creer. Fíjense hasta dónde hemos llegado que nos da miedo hasta salir al balcón con el tambor. Quién sabe si podríamos incitar a encuentros, eventos o fiestas de cualquier tipo… o mucho peor, ¡que nos llamen instigadores! Está permitido tocar el tambor, ¡faltaría!, igual que en navidades se aprobaron tantas cosas, pero a la vista de las consecuencias ya no nos fiamos ni de lo que nos dejan hacer. Lo hemos pasado tan mal, las repercusiones son tan serias, que nadie quiere tentar a la suerte, y hacemos bien. El debate ahora sobre si «salvar la Semana Santa» se reduce a que consigamos, al menos, que nos permitan movernos con libertad por nuestra comunidad autónoma para acudir a los lugares donde más asfixiados están, comarcas turísticas que mueren y no pueden más. Ante la falta de ayudas directas y el olvido sobre todo de aquellos más vulnerables en zonas rurales, queremos salir corriendo a llenar los hoteles de los valles pirenaicos, tomar un buen menú en el Matarraña tras un paseo entre los almendros en flor, o conocer el Alcañiz oculto con la familia conviviente e ir al restaurante para celebrar las citas pendientes. Esto último ya se puede hacer desde hoy, por cierto. El Gobierno de Aragón ha quitado a los alcañizanos el «plus» del nivel 3 agravado tras más de un mes de elevadas restricciones y una ola de contagios sin control cuyas causas son múltiples. Las cifras de contagios son tan buenas que a una semana los datos mejoran incluso a Zaragoza y la media regional, así que lo normal sería que cuanto antes desconfinasen.

Ese «plus» que nos quitan es el que nosotros mismos mantenemos autoimponiéndonos medidas de seguridad que hemos aprendido en este esfuerzo tan tremendo de contención. Que la memoria no nos falle para seguir así hasta el verano, mientras avanza la vacunación. El siguiente gran reto es la Semana Santa, con sus festivos y el regreso de tantas personas que vuelven a casa igual que sucedió en navidades. Con o sin turismo, el riesgo es importante y convendría analizar los errores sanitarios, económicos, sociales y de seguridad para evitarlos. Antes de llegar a las fechas de Semana Santa muchas persianas de negocios habrán bajado en los pueblos aragoneses si no se toman medidas antes. Por desgracia, no son tantos los pequeños negocios de nuestros pueblos pero la ventaja aquí es que se puede realizar una intervención de cirujano caso a caso y rescatar aquellos que están arruinados. En un país con una vicepresidencia y ministerio de Reto Demográfico es inadmisible que no se esté actuando ya así. Nuestros negocios también aportan ese «plus» a la vertebración territorial, con enormes hándicaps que ya eran complejos antes y se han visto agravados. Hacen falta más sensibilidad y más hechos. Hay que adelantar la llegada de los fondos europeos al medio rural a través de todas las vías que sean posibles, y se necesita un esfuerzo mayor de presión por parte la administración más cercana. Los meses pasan y los ahorros de las familias ya no dan de sí. O se reacciona o gran parte del arduo trabajo realizado durante años para cambiar la tendencia demográfica se habrá ido al traste.

Eva Defior