Andaba yo por Mallorca de viaje cuando el inesperado mensaje de una compañera me avisó de la muerte de Carbonell. Me entristeció bastante porque aunque nunca lo conocí en persona sí hablé en varias ocasiones con él desde la cercanía y el afecto que, me consta, nos tenía. Recordé desde esa playa cómo, durante el confinamiento, recibía religiosamente un mensaje suyo a las ocho de la tarde con una canción interpretada por él mismo. Tras salir al balcón con mi madre la escuchábamos y en más de una ocasión la cantamos. Algunos días, confieso, no le contesté, pero otras muchas veces sí, y todas, todas, le escuché. «Gracias por la música», le llegué a decir un día. Hoy simplemente quería recordarlo por aquí y que ese agradecimiento se hiciera, en cierto modo, público.

Aquella playa, aquel pedazo de tierra y mar, se volvió justo después de leer el mensaje en un lugar menos amable, menos apacible y paradisíaco, más gris, angosto y puntiagudo. No creo que vuelva hasta allí, pero lo recordaré siempre con esa sensación extraña de pérdida compartida por muchos, de naufragio colectivo, de barco a la deriva, de quedar huérfana de un referente.

«Me gustaría darte el mar», cantaba Carbonell. Pero yo no lo quiero, no me hace falta, porque yo ya me quedé con aquella playa.

Alicia Martín