En los casi 11 meses que llevamos de gestión de la pandemia, estas semanas estamos viviendo nuestro peor momento. La cuarta ola ha golpeado con fuerza en Alcañiz, alcanzando los contagios un número desmesurado. La presión hospitalaria es enorme y las cifras de personas confinadas se han contado por centenares. El personal sanitario de nuestro hospital y de nuestro centro de salud está haciendo un enorme esfuerzo: doblando turnos y renunciando a parte de su vida fuera del trabajo. Es evidente que algunas cosas no hemos hecho bien en las fechas navideñas y posteriores. Creo que nadie puede evadir sus obligaciones en lo sucedido y todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. De hecho, si antes de la pandemia era algo que ya sabíamos, tras estos once meses ha quedado de relieve que cualquier problema social es una tarea colectiva.

Las consecuencias de las medidas que se han tenido que adoptar de cierre perimetral y restricciones de horario y aforos están afectando con mucha fuerza a nuestro tejido económico. Los comercios, la hostelería y los gimnasios son algunos de los sectores más perjudicados. Las pérdidas económicas son enormes. Pero es sólo un episodio más dentro de meses y meses de caída de los ingresos en nuestros pequeños comercios, autónomos, bares, restaurantes… Por poner un ejemplo: la caída de ingresos en las tasas municipales supera los 400.000 euros, un reflejo del descenso de la actividad en nuestras instalaciones y del tejido económico. Si a ello le sumamos los dos planes Re-Activa, las arcas municipales han movilizado entre ingresos y gastos un millón de euros. Estos son sólo algunos de los costes que está teniendo la COVID-19.

Desde luego que el mayor coste es humano. En España, las cifras oficiales dicen que ya hemos superado los 60.000 muertos. Y si no logramos parar al virus durante este año, en ningún sitio está escrito que no podamos alcanzar los 90.000 o 100.000 muertos. La guerra del Salvador significó 75.000 muertos. EN 1994, la pandemia de cólera en Ruanda alcanzó la cifra de casi 50.000 muertos (OMS). O la guerra de Bosnia de los 90 implicó según diversos estudios casi 100.000 muertos. Son todo catástrofes de gran magnitud que ponen de relieve lo que está pasando en nuestro país.
Aunque la mejor gestión posible siempre exige de planificación, es cierto que día a día tenemos que tomar decisiones. El rostro de la pandemia cambia cada semana y, aunque queremos salvar muchas de las cosas que hacíamos antes, no está siendo posible. Es por ello que hemos anulado muchas de nuestras celebraciones y festividades, renunciando a parte de nuestra libertad y reduciendo nuestra vida social. Mucho de nuestro comportamiento en los espacios de ocio es foco de contagio evidente. La semana que viene le tocará a la comunidad educativa. Aunque el 11 y 12 de febrero deberían ser festivos en nuestros centros educativos, me gustaría pedir a la comunidad educativa que haga un esfuerzo y renuncie a esta festividad. La decisión la tomaremos este viernes cinco de febrero en nuestro Consejo Escolar municipal. Buscaremos un acuerdo para que recuperen estos días, pero ahora no podemos permitirnos que los jóvenes falten a clase en medio de unas fechas tan señaladas.

En la comunidad educativa están los profesores, que son quienes van a renunciar ahora a dos días festivos, pero también están las familias y los jóvenes. Me gustaría apelar a estos últimos. No es el momento de celebrar el «choricer» y el carnaval. Tenemos que aprender de lo que sucedió estas Navidades. Desafortunadamente, en medio de la pandemia, cualquier celebración es un peligro sanitario. Son meses de sacrificio. Comprendo el hastío, el cansancio… que se refleja en los rostros de muchas personas. Pero, o nos comportamos como una comunidad solidaria o unida, o fracasaremos como individuos.

Ignacio Urquizu – Profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid (en excedencia), diputado en las Cortes de Aragón y alcalde de Alcañiz (Teruel)