La verdad es que éste es un año muy raro, un año en blanco, pero eso es algo que ya hemos dicho muchas veces, y que de tanto repetir, es como si se vaciase de significado. Así que no me dedicaré a glosar lo vacío que es para muchos encontrarse con unos días sin petardos (yo, que me perdonen pero lo agradezco), ni esa sensación de pena que tiene tanta gente por no poder reunirse como lo hacían antes. Seguro que mucha gente habla de ello y lo hace mucho mejor que yo.

No negaré que es una situación extraña, y dramática en muchos casos, no sólo por lo pasado sino por lo que vendrá, porque dicen que a partir de septiembre, y perdonen por lo coloquial de la expresión, vamos a ir finos.

Hace un año, o incluso algo más, ya vaticinaban que por estas fechas se avecinaba una crisis muy pero que muy gorda. Entonces nada hacía presagiar lo del virus ni lo de la corona, pero ahí que nos advertían ya a través de los medios, como diciendo: el que quiera oír, que oiga.

Desde luego creo que no es casualidad, siempre lo he afirmado y lo afirmo aún a riesgo de estar confundido, pero dada la coyuntura mundial todo parece estar perfectamente imbricado, entrelazado y sostenido para crear esta especie de «tormenta perfecta» que ya citara Lambán.
No obstante, al margen de los vectores a través de los que se expande y perpetúa el virus, bien cierto es que la inconsciencia de la gente, sobre todo de la gente joven, han contribuído a su extensión, en mi opinión, bastante más que los temporeros a los que tanto citaban como vehículo de difusión y agentes de contagio.

Sea como fuere aún queda un poco de verano, un poco de ese paraíso perdido que nos recuerda a la niñez a quienes ya la dejamos atrás hace mucho, y que a los niños les permite recrearse en ella mientras puedan, antes de una incierta vuelta al cole, al menos a fecha de hoy, a tenor de las cifras que cantan en los noticieros como si fuesen la pedrea del sorteo de Navidad.

Discúlpenme si no traigo más temas a colación. Estos días uno ha abandonado completamente el mundo exterior, y el caso es que me he centrado en las telenovelas turcas. Sí, lo confieso, me hacen gracia y me entretienen sobremanera. Es también una manera como otra cualquiera de hacer vacaciones de uno mismo, concepto que a mucha gente le iría estupendamente para aprender a ser mejores personas. Pero en fin, que no me quiero andar por las ramas con divagaciones que no vienen al caso.

Pasado está el ecuador de agosto, y en teoría, al menos años ha, por estas fechas se abría la media veda y codornices y tórtolas podían prepararse para huir de los cazadores. Ahora no estoy al tanto y no sé por tanto, si las cosas han cambiado o no.

Créanme, si les digo que evadirse de todo el mundo exterior que nos rodea a veces puede ser muy, pero que muy gratificante. Evadirse de la política, de las noticias, incluso de algunos cotilleos destructivos. Como dice el anuncio de un banco, somos mucho más que eso.

Feliz semana, amigos. Y a más ver.

Álvaro Clavero