Los territorios mineros estábamos expectantes a la publicación de ese preacuerdo que se firmaba el pasado martes  16, entre los representantes sindicales y el Ministerio para la Transición Ecológica. Ese preacuerdo podía denominarse «el esqueleto» por donde podrán ir las líneas principales de ese tan necesario y nuevo plan MINER.

Esa expectación estaba más que justificada, ya que,  los adelantos que aparecían en los medios de comunicación de Asturias, el día 9, resumían esos  progresos en la negociación en dos principales líneas ofrecidas por parte del Gobierno; 1 planes sociales para los trabajadores del sector, mejores condiciones en las prejubilaciones y 2 flexibilidad en la devolución de las ayudas  al cierre de las empresas que desean continuar más allá de la fecha estipulada, además de desvelar  el periodo de transición justa entre 2019 y 2027, como tiempo para la reactivación de las comarcas mineras.

Lo cierto es que nos hemos quedado helados,  pues poco más dice ese documento.

Seguro que, en el sector laboral de la minería,  habrán sido bien acogidas esas medidas sociales «como se denominan a las prejubilaciones» ya que, justificado esta el largo tiempo de incertidumbre de los trabajadores del sector y sus familias, que bien merece, que con estas medidas, se despeje y garantice su futuro, pero poco más allá de estas soluciones  trae este preacuerdo. «Este esqueleto» tenía que llevar algo más «chicha», pues necesita más concreciones.

Esperábamos que la Ministra tuviese una radiografía de las necesidades reales y la situación en las poblaciones mineras  y, pensábamos que, tras ese discurso de transición justa, había una idea clara de lo que se había hecho mal en los anteriores planes,  eliminando esa desconfianza, más que justificada, que nos habían dejado estos.

Este plan no concreta el futuro de nuestras  comarcas con o sin carbón. Difícilmente se puede hablar de una transición justa, si no se dota de medios que puedan afrontar la pérdida de los puestos de trabajo o, lo más importante, la incorporación al mundo laboral, de los hijos de esas prejubilaciones que, sin la implantación de nuevos empleos en nuestros pueblos, difícilmente podrán quedarse a vivir en ellos.