¿Alguna vez has sentido que el tiempo se para? Estoy segura de que sí. Ese instante en el que sientes que todo está bien, un momento en el que quedarte a vivir para siempre. Los biólogos del amor afirman que esta sensación es uno de los signos del enamoramiento. La verdad, lo desconozco. Lo único real que sé es que cada vez es más habitual sentir que el tiempo se detiene cuando estoy con mis abuelos.

Me siento, los miro, escucho y no necesito absolutamente nada más. Precisamente, hace muy poco pude sentir eso que los expertos en el cerebro señalarían como «proceso de enamoramiento». Eulogio e Isabel, desde Riodeva (Teruel), estaban sentados un jueves cualquiera de julio desgranando los últimos bisaltos de la temporada. Sus manos separaban con delicadeza y firmeza cada vaina mientras, mirándose a los ojos, comentaban lo grandes que están los calabacines este año y lo poquito que les quedan a los tomates. Y yo, mientras tanto, los miro, sonrío y pienso que yo, de mayor, quiero ser como ellos.

Eulogio e Isabel, a punto de cumplir los 60 años de matrimonio, siguen fuertes para seguir pelando los bisaltos con la ilusión de poder compartirlos algún día con sus hijos y nietos. Mientras tanto, cantan las cuarenta cada tarde de guiñote, se ponen guapos los domingos para ir a misa y, en silencio, cada noche se miran de reojo para comprobar que los dos están bien.

El 26 de julio se celebra el Día de los Abuelos, una de las generaciones que más sufre las situaciones de soledad. Hacer frente al fenómeno del aislamiento social depende de cada uno de nosotros. Por ello es el momento ideal para pensar: ¿hace cuánto que no llamo a mis abuelos? ¡Hazlo!, que el tiempo no se detiene para siempre…

Isabel Esteban. Las cosas que importan