No se me alarmen, lectores míos. Les sugiero que presten atención a ciertas noticias, que reflexionen y que hagan un diagnóstico. Nuestra vecina Cataluña nos va a servir como precipitador. Conocen la violencia y el caos organizado por ciertos «cerebros exaltados» en las calles de las principales ciudades catalanas. No entremos aquí en debatir legalidad o legitimidad. Vamos a quedarnos con esa violencia, ese empoderamiento de miles de catalanes en las calles, en su componente gradualmente más juvenil que maduro y por fin en el rechazo de los moderados hacia esos excesos gratuitos y en el divorcio entre el supuesto objetivo y el caos en sí mismo. En un momento determinado las noticias del caos, barcelonés por ejemplo, se relacionó miméticamente con el de Hong Kong (no tienen nada que ver los elementos del problema de uno y otro) e inmediatamente con las calles chilenas (aumento del precio del billete del metro), con las de Bolivia (presunto fraude electoral) o con las de Francia e Irán (por el aumento del precio del combustible) o con las de Egipto, Irak, Líbano, Reino Unido o Amsterdan, por diversas causas locales.

¿Qué está pasando? ¿Existe un virus global cuyo síntoma es la tendencia al caos violento, que afecta por igual a países cuyas problemáticas son diferentes entre sí? Se trata de países pobres y ricos, de democracias más o menos venerables y regímenes autoritarios o directamente fascistas. La ola contestataria que causa ese virus afecta globalmente. ¿Como internet? Pues sí, pero la Red es más un instrumento de contagio que una causa. ¿Estamos ante una revolución como la de 1968? A los 40 años de esa algarada sin consecuencias políticas graves pero sí sociales, en 2008, se produce en muchos puntos del planeta un aumento vertiginoso de manifestaciones ciudadanas, más o menos violentas y justificables. ¿Hay algún patrón común que pueda servirnos para entender lo que ocurre? Creo que podría haber uno y no es el mundo digital: el desprestigio de los Gobiernos y de los políticos ante una población joven sin esperanzas de futuro y una población madura irritada por la persistencia, impunidad y profundidad de la ineficacia y la corrupción políticas. Es la primera revolución de la globalización.

Alberto Díaz Rueda – LOGOI