Internet llegó para facilitar muchas gestiones y ahorrar tiempo. Algunos bancos fueron pioneros en la atención a distancia. Les siguieron todo tipo de empresas y la Administración, comenzando por la Agencia Tributaria y luego por la Tesorería General de la Seguridad Social, por los gobiernos autónomos y por los ayuntamientos. Todos recurrieron a las oficinas virtuales y registros electrónicos. Los confinamientos pandémicos aceleraron el proceso, llevándonos a una fase de expansión que ofrece pros y contra y provoca situaciones que recuerdan el «vuelva Usted mañana».

Recientemente he realizado muchas gestiones personales o en representación de la Fundación, compareciendo ante oficinas virtuales de ayuntamientos, bancos, empresas y organismos públicos. Los resultados han sido buenos o aceptables, salvo alguna excepción. Quería pagar un impuesto en el ayuntamiento de Barcelona y, debido a los confinamientos perimetrales, no podía acudir presencialmente a ninguna sede municipal, por lo que tuve que recurrir a la Oficina virtual, compareciendo hasta nueve veces en el Registro Electrónico, llenando casillas con datos que, una y otra vez, resultaban inútiles, porque al llegar al último suspiro siempre surgía algún problema. Tuve que telefonear tres veces al 010. La primera me atendió una señora que no tenía ni idea sobre lo que le preguntaba, de modo que la conversación duró exactamente 45 minutos, porque tuvo que mantenerme hasta tres veces en espera para consultar con su supervisora para, finalmente, darme una información errónea, que me hizo perder un montón de tiempo. La segunda vez me atendió otra telefonista más experimentada que atinó un poco más, salvo en el paso decisivo, haciéndome sumar varias comparecencias. Hasta que a la tercera me topé con una señora que sabía de lo que hablaba y me indicó claramente el proceso que debía seguir. En el caso de la Agencia Tributaria sigo teniendo una duda sobre un aspecto de la declaración del IRPF, he revisado tutoriales y no coinciden con la realidad, telefoneo y vuelvo a telefonear y siempre están ocupados, de modo que cada día me toca volver.

No me considero un experto, pero tampoco un analfabeto informático, pero me pregunto qué será de mí dentro de unos años cuando inexorablemente me encuentre desfasado.