Con el Pilar toca marchar de vuelta. Los pastores trashumantes que llegaron en mayo con el buen tiempo a las altas y rudas tierras del Maestrazgo, emprenden de nuevo su marcha hacia la plana. Gonzalo Gargallo, con 53 años, continua, como lo hace desde los 15 años, haciendo el mismo recorrido dos veces al año. En los 100 kilómetros que separan su masía del Mas de Altaba en Cantavieja y San Rafael del Río y Triguera siguen su trayectoria a paso firme sus 462 ovejas, -segureñas y de diversas razas-, guiadas por los mejores perros pastores.
El miércoles por la mañana emprendieron el viaje que esperan terminar este sábado por la tarde. Camping gas y tienda de campaña cargada, y también los corderos, machos y las ovejas de cría en el remolque. Empiezan así el viaje que hicieron hace cuatro meses, pero a la inversa. Superadas las dos primeras etapas y ya en la provincia vecina, pasaron la primera noche en el refugio de pastores del Llosar, en Vilafranca. Pero el resto de noches, el check-in será un hotel de mil estrellas en Catí, Chert y la esperada cuarta noche en casa. En el camino, expuestos a las inclemencias meteorológicas, están haciendo frente al frío, calor y también puede llegar la lluvia, algo a lo que están habituados: «Tenemos que estar acostumbrados, puede llover, pero no será un gran problema, chubasquero y a seguir», señala positivo el pastor.
Este año, Gonzalo hace el viaje con seis acompañantes, y es que, como explica el pastor, el camino se ha convertido ya «en una fiesta». «Cada año se apunta más gente, tendremos que hacer ruta turística. No se puede encontrar en ninguna agencia de viajes y a la gente le sorprende y vienen encantados. Para mí es faena, es mi trabajo, pero también se hace más alegre si vas acompañado«, apunta el también jotero.
Sin embargo, la fiesta no es suficiente, y Gonzalo, junto a sus vecinos del Rayo, los hermanos Salvador y Eduardo Altaba, son los únicos pastores de ovino de Cantavieja que se aferran a esta tradición. Un camino por cañadas y veredas en el que la piedra en seco marca el trazado para asegurar a su ganado pastos naturales de calidad y un clima agradable todo el año. Todo ello ahorrándose el coste de hacer el viaje en camiones y evitando que los animales sufran. «Los dos camiones que serían necesarios suponen más de mil euros, pero también es por su seguridad, pueden golpearse o sufrir estrés que les lleve a abortar», apunta. También saben que en el viaje alguna oveja puede enfermarse, por lo que es imprescindible llevar un remolque.
Pero por encima de todo, hay un motivo de peso mayor: conservar la tradición y seguir aquello que siempre «se ha visto en casa«. «Cada vez quedamos menos, pero al final siempre lo has hecho, lo has mamado y es una tradición importante». Y es que Gonzalo lleva ya 38 años, sin falta, haciendo el camino: «A 8 días por año, llevo más de 300 días de mi vida de peregrinaje», comenta entre risas. Ya en las tierras bajas, su rebaño podrá salir a pastar todos los días, por lo que apenas hay costes en comprar el alimento. «Siempre se ha dicho que es buscar dos primaveras, es calidad de vida para ellas y para ti, te ahorras las calamidades del frío y la nieve y pueden pastar todo el año».
«Siempre se ha dicho que es buscar dos primaveras, es calidad de vida para ellas y para ti. Además siempre lo he visto y es parte de la tradición»
Gonzalo Gargallo, pastor de Cantavieja
Mirando el bienestar de los animales, una resistencia de pastores continua con esta práctica tan arraigada en el Maestrazgo declarada Bien de Interés Cultural Inmaterial, sin ser conscientes que en cada viaje ayudan a preservar una identidad colectiva. Gonzalo, muy bien acompañado, emprende así el camino por la búsqueda de la ‘eterna primavera’, y, a pesar de todo, gayata en mano, y a seguir el viaje.

El rebaño cruzó la cañada del puente medieval de la Puebla de San Miguel, paso fronterizo con Castellón./ Turismo La Iglesuela