«Soy más aragonés que otra cosa», dice Rafa Sánchez riendo y es que este madrileño del 58 se instaló en el Bajo Aragón hace «treinta y tantos años». Unos 34 calcula que hace que salió de la gran urbe y entre el Bajo Aragón y el Maestrazgo encontró ese entorno natural que buscaba y un nuevo oficio por el que es muy conocido. A poca gente de la zona se le escapa que en Perogil se hacen juguetes.
Rafa se ocupa de ello en la masía en la que se instaló con su familia una vez los hijos fueron mayores. «Mientras tuvieron colegio e instituto vivimos en Molinos y Alcorisa», explica. Sus hijos tienen mucho que ver en esta historia. «Al llegar comencé a trabajar el cuero pero había mucha gente dedicada a ello y un día les hice un juguete con madera». Al ver la buena acogida de los pequeños tomó ese camino.
Bajo el sello de Sura Juguetes, trabaja con tabla que adquiere en la zona, encarga a desbastar a la carpintería y en su taller marca, corta, monta, lija, pinta… Todo el proceso antes de presentarlo ante el público. «La relación con el cliente es un complemento más de mi oficio», dice. Es por ello, que estos meses de reclusión por la pandemia están siendo complicados en ese sentido. «En cuanto a hábitos no, porque llevo más de treinta años de vida pandémica en este taller», sonríe. «Pero sí en cuanto a ferias está siendo duro porque la nuestra, aunque hagamos envíos por internet, es básicamente venta directa con el público», añade. Pertenece a la Asociación Profesional de Artesanos de Aragón desde donde «se está haciendo un esfuerzo». De hecho, el Ayuntamiento de Zaragoza ha ofrecido un mercado permanente en la calle Moret como una solución a la cancelación de ferias. Rafa es fijo en la capital aragonesa en las fiestas del Pilar, San Jorge y en la feria de diciembre en el auditorio. Está en diferentes eventos en el territorio y también fuera como por ejemplo, en Logroño, Madrid, Bilbao o Galicia donde en julio hace dos o tres ferias.
Recoge encargos que puedan surgir y peticiones de envíos en surajuguetes@hotmail.com y en la web de Artesanos de Aragón exhibe algunas creaciones. En La Bodega de Castellote también se venden y «quien pase por el taller será bien recibido» aunque no dispone de stock. Todo lo que hace, se vende.
Fue propuesto para la sección por otro artesano amigo, Txupez Chambretas, y tanto ellos, como sus antecesores, coinciden en la reivindicación de un tratamiento justo para el colectivo en el regreso a las calles marcado, entre otras cosas, por la limitación de puestos en exposición.
Un mundo fascinante
Rafa es autodidacta en una profesión de la que sólo hay que escucharle hablar para ver que la ama profundamente. También hay tendencias en el juguete artesano como la que trajo -o despertó- «la escuela Waldorf», modelo pedagógico basado en la creatividad desde etapas infantiles. «No se descubre nada, más bien se desempolva», argumenta ante una práctica que ya se hacía en el juguete desde los más antiguos. «La imaginación es el juego y el juguete, el vehículo, por eso es mejor dar a un niño muchos trocitos de madera para que descubra», reflexiona. «Con el tema de las pantallitas habría que pensar a qué edad se las damos porque es otro nivel… Y con los adultos, lo mismo», lamenta.
Ha ido aprendiendo con los años. «Voy probando. Una de las cosas más satisfactorias de mi trabajo es ver la cara de los niños, verlos asomar por encima del puesto aupándose con sus manitas», sonríe. «Eso no se puede comparar con nada, por eso la venta directa es tan importante, si no ves las caras expresando esa emoción cuando se lo llevan, tu trabajo pierde una parte esencial».
Llevar unos cuantos años de trayectoria le reporta otros momentos muy gratos. «Cuando un joven se te acerca, señala un juguete y te dice que lo sigue teniendo porque se lo regalaron de niño… Que haya guardado uno hecho por ti es indescriptible», añade. Uno similar, claro está, porque la parte más gratificante para el cliente al adquirir una pieza artesanal es que como esa no hay otra igual en el mundo.