RINCONES PARA DESCONECTAR EN ANDORRA – SIERRA DE ARCOS

Las prisas no son buenas compañeras y, aún así, forman parte de la vida diaria de muchas personas. El estrés por llegar a todo merma el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos, relegándonos casi siempre a un segundo plano. Para desconectar del ruido exterior y conectar con nuestro «yo» interior no hace falta irse lejos ni invertir muchas horas. En la Comarca de Andorra-Sierra de Arcos hay cuatro lugares antiestrés, donde un paseo basta para recargar energía para el resto de la semana.

El Calvario de Alloza, el monasterio de Santa María del Olivar en Estercuel, la ermita del Pilar en Andorra, y el santuario solar prehistórico de Oliete están gobernados por una paz absoluta. Todos tienen una conexión especial con la naturaleza y, por eso, no es de extrañar que desde hace siglos hayan sido lugar de retiro para los humanos. ¿Sus encantos celestiales? Pasear entre cipreses centenarios, observar las estrellas desde un convento con más de 700 años de antigüedad, disfrutar de una de las mejores puestas de sol de la Comarca de Andorra-Sierra de Arcos y contemplar el fenómeno del equinoccio entre pinturas rupestres.

Calvario de Alloza

Las leyendas cuentan que el Calvario de Alloza -situado junto al pueblo, en un pequeño monte al que se accede tras cruzar la Rambla- fue lugar de refugio y reunión durante las guerras carlistas. Casi dos siglos después sigue siendo un cobijo para el alma. Es un espacio que invita a caminar en silencio bajo la sombra protectora de los cipreses centenarios que jalonan el camino que une las estaciones con la ermita, situada en lo más alto de la colina. Hay más de 100 ejemplares, con una gran diversidad de edades, dimensiones y portes, distribuidos de una forma alineada. Su presencia es un regalo para el visitante, pues hoy en día es muy difícil hallar cipreses tan longevos y, más aún, en grupos de estas características.

Destaca el llamado «ciprés madre» por sus considerables dimensiones y numerosas ramificaciones desde casi la base; una curiosa característica que también se da en otros cipreses del conjunto. Es uno de los ejemplares más longevos del calvario, y se calcula su edad en más de 500 años. Su imponente porte sobrepasa los 15 metros de altura y su diámetro de copa alcanza casi 10 metros de diámetro. Durante siglos existió la costumbre de que los mozos llevaran agua para regar los cipreses y esa tradición de cuidar el calvario se sigue conservando en la actualidad. Son muchos los allocinos voluntarios que a través de una asociación continúan ocupándose de su mantenimiento.

Calvario de Alloza

Los vecinos también se encargan de cuidar las estaciones del viacrucis. Cada una de ellas está al recaudo de una familia distinta, de ahí las diferencias entre ellas. Para cada estación hay levantada una capilla, siendo la estación XIV la ermita del Calvario o Santo Sepulcro. Data del siglo XVIII (año 1713) y es una obra de sillería y ladrillo, de una sola nave en dos tramos con bóveda de medio cañón con lunetos. En el interior destaca la decoración de azulejos en el zócalo y el pavimento realizada en 1788, un baldaquino de columnas salomónicas que reemplazó tras la Guerra Civil al original templete del siglo XVIII, así como 12 pinturas sobre cobre con escenas de la vida de Cristo, obra de Guillermo Forchondt.

Sobresale también la estación XV, dedicada a Cristo, y la número XII, que se abre en el muro sur de la ermita. El resto de las estaciones son capillas de planta cuadrada, de sillería y tejado de teja árabe, con cúpula sobre rechinas o bóveda vaída.

Muchos actos importantes de la vida de los allocinos se sucedían en el Calvario. Se acostumbraba a rezar novenas, invocar protección, estampar besos al pie del Cristo yacente y depositar limosnas. Hoy en día continúa siendo un enclave de gran veneración para los vecinos. Se celebran procesiones el 3 de mayo, el 14 de septiembre y el Domingo de Ramos; en Cuaresma, los viacrucis y el día de Viernes Santo, la tradicional procesión del Santo Entierro. La Pascua de Pentecostés se conmemora con una fiesta de convivencia a la que se conoce como «judiada». Además, la ermita acoge eventos como bodas, bautizos y conciertos.

Monasterio de Santa María del Olivar

Un cielo limpio y libre de la intrusión de la luz artificial flota sobre el monasterio de Santa María del Olivar. Asentado a 4 kilómetros del núcleo habitado más próximo, Estercuel -con apenas 200 habitantes-, disfruta de la lejanía de las grandes ciudades y de la casi inexistencia de industrias contaminantes lumínicamente. A ello se suma una nubosidad escasa por un clima seco y el paso de unos vientos dominantes que apenas aportan humedad. La suma de estas peculiaridades le convierte, sin duda alguna, en un ámbito privilegiado para la contemplación del firmamento y la observación astronómica, un bien escaso del que cada día más visitantes quieren disfrutar.

El convento tiene más de 700 años de antigüedad, pertenece a la orden de la Merced y todavía está habitado por frailes. Desde su construcción ha sido y sigue siendo para muchos un lugar de retiro espiritual, ya que cuenta con una hospedería para quien desee alojarse. Al tiempo de reflexión colectivo e individual, se le suma también la observación nocturna del cielo. De la mano de monitores starlight y de astrónomos aficionados con gran experiencia, ofrece observaciones guiadas de planetas, lunas y objetos del espacio profundo,  cursos para aprender a usar el telescopio, talleres de fotografía nocturna y paseos y conciertos bajo las estrellas.

Monasterio del Olivar

Además, el monasterio dispone de unas sencillas dotaciones para la observación nocturna como son varios telescopios profesionales, una biblioteca especializada en astronomía y una zona para guardar telescopios montados. Este espacio centenario se ha convertido en un agente activo en la propagación de la cultura astronómica y su labor ha sido reconocida con el distintivo Monasterio Starlight, otorgado por la Fundación Starlight, con sede en La Laguna (Tenerife).

El monasterio del Olivar es un lugar que por sí solo te evade del día a día y te teletransporta a otra época. Su origen constructivo se remonta al siglo XIII, aunque el conjunto arquitectónico actual data fundamentalmente de los siglos XVI y XVII. Ser un espacio habitado junto a las labores de restauración efectuadas en los últimos años han sido las claves para la conservación de uno de los edificios más importantes de la Comarca de Andorra-Sierra de Arcos. En el año 1982, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando lo declaró monumento histórico-artístico.

La belleza del Olivar se descubre paseando por él. El claustro, cerrado al jardín exterior, está cubierto por una combinación de bóvedas de medio cañón con lunetas para los tramos de las alas y bóvedas caídas sobre rechinas para los cuatro ángulos de este espacio. Las sustentan numerosos pilares fasciculados. Esta riqueza decorativa contrasta con la sencillez del refectorio y de la sala capitular. En cuanto a la iglesia, en el exterior destaca la cabecera mudéjar y en el interior, el retablo dedicado a Santa María del Olivar en el altar mayor. Fue realizado en 1944 por una cuadrilla de albañiles y pintores en sustitución del conjunto destruido en la Guerra Civil. La talla de la Virgen fue reformada por Pablo Serrano en 1957.

Ermita del Pilar

La ermita del Pilar es el último lugar de Andorra donde se pone el sol cada día. Orientada hacia el oeste, tiene una de las puestas de sol más bonitas de la Comarca de Andorra-Sierra de Arcos. Desde hace unos años, este edificio del siglo XII, guarda una conexión con lo trascendental, pues el antiguo cementerio que está adosado al mismo se ha convertido en un parque donde poder evadirse.

La sobriedad exterior de la ermita contrasta con la belleza escondida en su interior. Su encanto está avalado a nivel nacional, ya que desde febrero de 2002 está declarada Bien de Interés Cultural. Partiendo de un núcleo original románico, la ermita sufrió diversas reformas y ampliaciones entre los siglos XIV -cuando hubo un incendio- y XVI, dando lugar a su estilo gótico levantino. Fue la primera parroquia de Andorra, consagrada a Santa María Magdalena. Sin embargo, tras la edificación de la actual iglesia parroquial de la localidad, se cambió su advocación por la de la Virgen del Pilar.

La ermita consta de una nave única de cinco tramos con dos capillas laterales comunicadas entre sí en el lado de la Epístola, a modo de pequeña nave lateral, y cabecera recta. Posteriormente se añadió otra capilla a los pies, de planta cuadrada. En su fachada occidental asimétrica se abre una sencilla portada en arco de medio punto dovelado sobre el que descansa un óculo de iluminación. Dentro, llama la atención la decoración de las ménsulas de las que parten los nervios que forman las bóvedas de crucería, así como los motivos heráldicos de las claves de las mismas. Entre los bienes muebles que alberga, destaca una Virgen del Pilar tallada en madera por los hermanos Albareda.

Santuario solar prehistórico de Oliete

La magia se torna realidad cada equinoccio en el santuario solar conocido más antiguo del planeta. Aguarda en la margen derecha del río Martín, muy cerca del casco urbano de Oliete, donde comienza la cerrada de Sancho Abarca, en las estimaciones de la sierra de los Moros. A su vera se encuentran las pinturas rupestres del Frontón de la Tía Chula; las mismas que relatan el fenómeno tan especial que se produce entre el 21 y el 23 de septiembre (equinoccio de otoño) o en las mismas fechas del mes de marzo (equinoccio de primavera): al amanecer, la luz solar atraviesa unas oquedades rocosas y se proyecta en la ladera.

Las pinturas rupestres-declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1998- tienen más de 4.000 años de antigüedad y están adscritas al arte esquemático. El grupo pictórico lo conforman 9 figuras rojas que cubren un espacio liso de unos 40 centímetros de altura y entre 20 y 10 centímetros de anchura. El conjunto está formado por cuatro trazos verticales, gruesos e irregulares, de unos 25 cm de largo de promedio, salvo el primer trazo que se observa parcialmente debido a la pérdida de gran parte de la pintura. Estos trazos están cruzados por un quinto horizontal a mitad de altura. Bajo este grupo se localiza un singular signo formado por tres cortos trazos verticales, gruesos como los anteriores, cerrados –más que cortados- en su parte superior por otro signo horizontal originando dos espacios interiores libres de pintura. A la derecha se distingue un pequeño hombrecillo cornudo y esquemático, ‘chamán’, asociado a dos manchas o confusos signos de apariencia circular, esteliformes o en forma de astro.

Santuario Prehistórico Solar en Oliete

Ya en el momento de su descubrimiento en el año 1994, el director del Parque Cultural del Río Martín y vecino de Oliete, Pepe Royo; y el profesor Antonio Beltrán describieron el conjunto de pinturas y peñascos como un lugar de culto vinculado al sol. Esta hipótesis se confirmó hace pocos años, cuando en el 2005 Miguel Giribets les proporcionó información sobre el fenómeno de los equinoccios. Comprobaron que a escasos 10 metros de las pinturas, a la derecha, frente al frontón hay un peñasco con dos oquedades cuadrangulares de 1,5 metros de alto y 40 centímetros de ancho, claramente antrópicas por el paralelismo y simetría entre ambas, una de las cuales, la de la derecha –la otra está obstruida con piedras- es atravesada al amanecer por los rayos solares en losequinoccios.

Este fenómeno es el que se describe en las pinturas: el sol entra desde arriba, son las cuatro rayas verticales, los rayos solares, que las pinturas reflejan sobre la hornacina, «la puerta del sol». A esto hay que añadir el dibujo del brujo bailando, realizando un ritual, y dos signos circulares, que se podrían interpretar como dos soles, los dos equinoccios, el de primavera y el de otoño. Se trata de una especie de pictograma, pues todas las sociedades agrarias prehistóricas desarrollaban sus cosmogonías en torno al sol.

El Frontón de la Tía Chula fue un lugar de reunión religiosa, civil o ritual, relacionado con el momento en que se inicia en la agricultura el ciclo de la vida (primavera) y la muerte (otoño), en un momento histórico en el que comenzaba la agricultura. El encanto de este enclave rebasa las fechas del equinoccio. Solo con poner un pie en el mismo lugar que pisaron nuestros ancestros hace miles de años, la mente desconecta del «ahora».