Paisajes de Oliete: Olivos centenarios con una sima única en Europa

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Recomendaciones ‘Plan C’ en Oliete

  • Paseo entre olivos centenarios y proyecto de recuperación del olivar
  • Comida casera y ruta por los arcos del casco histórico
  • Atardecer en la sima y el poblado ibérico de San Pedro

Montadas en una furgoneta de campo surcamos un sábado en la mañana los repetidos baches de los caminos que se abrían entre los olivares de Oliete. Había jadas, más herramientas para trabajar la tierra y mucho polvo, como cualquier vehículo concebido para circular día sí y día también por el campo. Al volante, ninguna de las dos estábamos. Sira Plana, cofundadora de «Apadrina un olivo» fue quien tomó las riendas del acelerador, el freno, las marchas y el embrague mientras nos señalaba donde estaban los olivos que han recuperado. Y nosotras, con la ventanilla un pelín abierta para sentir la brisa en la cara, contemplábamos maravilladas aquel paraíso centenario.

En Oliete rebosa la variedad de Empeltre, de hecho, la localidad debe su nombre a este cultivo: del latín olivetum, o sea, olivar. Sin embargo, nos contó Sira que en mayo de 2014, cuando nació «Apadrina un olivo», el 70% de los olivos estaban abandonados. Doce años antes se había cerrado la última cooperativa, la de la Virgen del Cantal, y ni qué decir de las tres industrias de aceite que molturaban olivas y de las que hoy no queda ni rastro. ¿Sabíais que en el 1910 el pueblo tenía 2.533 habitantes? La cifra se redujo drásticamente a la mitad en los años 60, llegando a ser solo 700 vecinos en los 80 y apenas 350 en nuestros días. El éxodo rural hizo que 100.000 olivos quedasen abandonados y que la agricultura, como profesión que llegó a alimentar muchas bocas, corriese peligro de extinción.

La abuela y el padre de Sira son de Oliete, pero ella nació en Madrid. Como otros tantos a los que les tocó criarse fuera, las vacaciones escolares y los veranos en este municipio de la Comarca Andorra-Sierra de Arcos son sagrados. «Mis primeros recuerdos como persona independiente están vinculados a momentos vividos aquí», nos contó. Una historia compartida con sus amigos de la cuadrilla. Y fue el fuerte deseo de todos ellos de aportar «su granito de arena» al pueblo de sus ancestros el que germinó su proyecto. 14.000 ejemplares ya han sido recuperados gracias al apadrinamiento. 12 personas trabajan de forma fija, y otras tantas se suman en los picos de producción, recolección o poda. Más de medio centenar de agricultores del territorio ven la salida a su producción.  

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  • Time-lapse de la carretera de entrada a Oliete
  • Viaje entre olivos centenarios y vistas panorámicas

Rojo, naranja, azul oscuro y azul verdoso. Son los colores que dan vida a una almazara que nació en el 2016 para controlar del campo a la botella la calidad de un aceite virgen extra impregnado de valores sociales, solidarios y sostenibles. Casi 2.000 personas entre agricultores, mecenas y padrinos y madrinas de los olivos recuperados lo hicieron realidad. Aunque su aspecto llamativo, el que nos dio la bienvenida cuando todavía íbamos por la carretera a primera hora de la mañana, llegó en el 2019. Los artistas internacionales «Boa Mistura», que llevan 20 años pintando las calles de países como Brasil, Estados Unidos, México, Kenia, China, Noruega o Argelia, plasmaron junto a 17  jóvenes voluntarios llegados de todas partes del mundo las palabras «Querer» y «Volver» en la fachada. «Es un juego léxico», nos explicó Sira: «Significa querer volver a nuestra tierra y raíces, a nuestros pueblos, allí donde todo se inició. Y también volver a querer a esa tierra de la que renegamos al ser engullidos por las grandes ciudades».

El interior de ese lugar donde se hace la magia nos lo enseñó Jaime Grimaldo, quien de Venezuela llegó a Bilbao para hacer la tesis de su doctorado sobre desarrollo rural y despoblación, y «de carambola» aterrizó en Oliete. «Investigando estudios de caso encontré este proyecto de recuperación de olivos. Vine hace cuatro años y aquí me quedé», nos dijo con una sonrisa de lado a lado de la cara. Nos explicó que en la última campaña habían pasado por ahí más de 400.000 kilos de olivas que se transformaron en 35.000 litros de aceite. «Una cantidad importante para una almazara tan pequeña como ésta», nos detalló. Parte de este aceite va directamente a los miles de padrinos y madrinas que con su aportación insuflan vida a los olivos. Aunque Jaime se encarga de hacer una foto del antes y del después del árbol, son muchas las personas que llegan hasta Oliete desde todos los rincones de España y más allá de sus fronteras para ver a sus ahijados con ojos propios.

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  • La almazara y sus aceites

Como nosotras, la mayoría acaban comiendo en el sitio con más ajetreo de la localidad: el bar Casa Bareta. Javier Molina está al mando de los fogones desde que hace dos años llegó junto a su padre, su madre y su hermano pequeño, abrazando una oportunidad. «Aunque nací en Barcelona me crié en Soria. Estuve trabajando en el sector de la hostelería en Alicante y justo antes de venir aquí, en Monroyo. Estábamos buscando un sitio para establecernos y nos recomendaron este lugar», nos contó mientras nos tomábamos un café para espabilarnos después de la comilona que tan a gusto nos habíamos pegado. Probamos las alubias blancas con oreja, el arroz negro, la ensalada de naranja, el churrasco a la brasa, el solomillo con salsa de cabrales y la dorada a la brasa. Y eso no es todo, porque de postre nos deleitamos con tres tartas: de queso, de tres chocolates y de manzana.

La tarde la comenzamos recorriendo calles estrechas, habitadas por un silencio imperial que solo interrumpían los gatos. A un lado y a otro no dejaban de sorprendernos las puertas de las casas, mucho más bajitas de lo normal. Y mientras descubríamos los tres arcos del pueblo -el de los Santos Mártires, el de Santa Bárbara y el del Pilar- cruzamos alguna que otra plaza atravesada por camisetas, pantalones y calcetines que, colgadas de cuerdas, buscaban con ansia los rayos del sol. Vimos la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la casa renacentista de la Donjuana y la Ermita de San Bartolomé y, también aquellos edificios donde realmente se hace vida: las dos tiendas, la farmacia, el consultorio médico, la oficina bancaria, el horno y las peluquerías.

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  • Recorrido por las calles de Oliete

Cuando el sol dio las primeras señales de que ya tocaba retirarse, nos subimos a la furgoneta para ir a la sima de San Pedro. 80 metros de diámetro y 86 metros de profundidad dan lugar a un impresionante boquete en medio de la tierra que suscita curiosidad y da vértigo a partes iguales. Sin soltar las manos de una barandilla verde, inclinamos ligeramente la cabeza y avistamos un lago en su interior. De repente, una bandada, dibujando círculos, comenzó a bajar. Leímos que en ese oasis viven hasta 25 especies de vertebrados y que la gran variedad de animales y vegetales que lo habitan hacen que sea una de las simas más valiosas de Europa.

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  • Sima de San Pedro
  • Atardecer en el poblado ibérico

Nuestra última parada del viaje fue a un kilómetro de donde estábamos, a apenas 3 minutos sobre ruedas. Recorrimos el poblado ibérico Cabezo de San Pedro, nos asombramos con sus dos torres, fantaseamos con las historias que poblaron aquel lugar desde su construcción en el siglo III a.C. hasta su abandono a mediados del siglo I a.C, y nos sentamos en un muro de piedra. Un azul oscuro con ráfagas anaranjadas pintaba el cielo, que con sus últimos minutos de luz alumbraba un paisaje inmenso que nos invitaba a seguir soñando.

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