Calcula que más de mil personas han pasado por Molinos atraídas por el mundo de la madera en los últimos 25 años. Más concretamente atraídas por la restauración de mueble antiguo, especialidad que Santos Villacián (Miranda de Ebro, 1950) maneja como pocos. Es un artista de la taracea, una técnica basada en la incrustación de diferentes materiales en madera.
Llegó a la localidad hace más de treinta años como docente de un taller de empleo. Esa ocupación le permitía impartir clase y vivir de ello y horas libres para investigar. «Desde ese momento experimenté un despegue en ese sentido porque disponía de mucho tiempo para ello», dice. En el proceso de aprendizaje que requiere la investigación se marchó a realizar un curso de artesonados y techos de madera en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid). «Me di cuenta de que tenía un alto nivel y me vi con fuerza para seguir con la enseñanza», añade. Tanto es así, que a los dos años se instauró el primer máster de restauración de patrimonio al que fue invitado. «Costaba dos millones de pesetas -12.000 euros- y me lo financiaban», apunta. Lo rechazó. «Ya estaba en Molinos asentado, aquí he creado mi residencia y mi vida», sonríe.
Se hizo con un enorme edificio donde ubicó el taller, su casa y un espacio pensado para exposiciones pero que acabó destinar a albergue. «Cerró el que había junto a las Grutas de Cristal y si no, no podía acoger a mis alumnos», explica. Uno de los grandes motivos de peregrinaje era la especialidad que ofrecía Villacián. «Se hacían muchos cursos pero de restauración de mueble antiguo era el único sitio en toda España», argumenta. Fundó el Instituto de Restauración del Maestrazgo y cada año, la revista «Restauración y Rehabilitación» publicaba la reseña que llegaba a todas las facultades de Bellas Artes. «Venían sobre todo, estudiantes de restauración de pintura y de escultura porque la especialidad de restauración de madera y mueble no la tenían y era un «boom» con las antigüedades», reflexiona. Llegaban de todo el país, de zonas tan distantes en el mapa como Canarias o Andalucía.
Villacián hace hincapié en la transversalidad en el arte. «La restauración te obliga a estar reciclado totalmente porque en el juego de la taracea entra la talla, la escultura, el pan de oro, policromía, tintes, conocimiento de las enfermedades de la madera… Todo». Tanto es así que cuando llegó la jubilación hizo suya la frase de Sócrates: «Sólo sé que no sé nada». Para Villacián, «cuanto más crees que sabes, más camino te queda porque nunca se acaba de investigar».
De aprendiz a maestro
Tras tres años como aprendiz de carpintería en Miranda, llegó a Aragón con 18 años para estudiar en el Instituto de Formación Profesional Acelerada en Zaragoza. Comenzó a trabajar hasta que en el 73 sufrió un accidente laboral en la mano izquierda que le dejó ocho operaciones, el grado de discapacidad y un giro en su vida. «Ya no podía ejercer mi oficio como siempre pero sí desde la investigación y la docencia», cuenta. El burgalés era uno de los habituales de los intercambios culturales en la plaza Santa Cruz y comenzó a exponer. Una de las muchas muestras fue en la Casa de Teruel y ahí le sugirieron presentar la obra al acceso a la Academia Europea de las Artes. «Hace 40 años la acuarela no se consideraba arte, la cerámica menos y lo que yo hacía con las maderitas… todavía menos», apunta. Recoge el testigo en EncontrARTE de Rafa Sánchez, otro artesano que convierte la madera, en este caso en juguetes, instalado en Perogil. «Sigue sin estar valorado como debe», apunta.
Ingresó en la Academia y eso le abrió las puertas internacionales en el 90. «Con un remolque y mis cuadros fui a Bélgica, Luxemburgo, París…», recuerda. Países y ciudades donde fue reconocido y condecorado. «En Zaragoza es una pequeña reseña en prensa y dando gracias, nos sigue faltando camino en dar valor», reflexiona. Eso decidió su camino: vivir de lo que había investigado y de enseñar todo lo aprendido.
Comenzó en casa con un par de amigos, en el colegio de los hijos y cuatro años en la Escuela de Verano de Aragón (EVA), unas colonias para maestros que iban a reciclarse a base de cursos varios. «Ellos me enseñaron a mí el sistema pedagógico», apunta. Se decidió a montar una academia de restauración de muebles y de taracea en la zaragozana calle Heroísmo donde restauró dos pisos. Lo siguiente fue Molinos donde ahora ha puesto a la venta su Residencia Museo y en la que, aunque retirado de forma oficial, sigue viviendo y creando.