¿Por qué rompemos la hora?

Mª Ángeles Calmache. Concejal de Cultura.
Comienza la Semana Santa y estamos en Urrea de Gaén, ni más ni menos… Se acercan unos días muy especiales, intensos, emocionantes… Abriremos, si no lo hemos hecho ya, nuestros armarios y viejos arcones, y sacaremos túnicas, cinturones, terceroles y tambores, sobre todo tambores. Los dejaremos con cuidado, con mimo, con una actitud casi reverencial, convencidos de que estamos iniciando algo importante. Y le pediremos, en el último minuto, a nuestras mujeres -¡qué sería de la Semana Santa de Urrea sin nuestras mujeres!- que planchen ese pañuelo que quedó mal doblado del año anterior.

Mª Ángeles Calmache

Concejal de Cultura


Comienza la Semana Santa y estamos en Urrea de Gaén, ni más ni menos… Se acercan unos días muy especiales, intensos, emocionantes… Abriremos, si no lo hemos hecho ya, nuestros armarios y viejos arcones, y sacaremos túnicas, cinturones, terceroles y tambores, sobre todo tambores. Los dejaremos con cuidado, con mimo, con una actitud casi reverencial, convencidos de que estamos iniciando algo importante. Y le pediremos, en el último minuto, a nuestras mujeres -¡qué sería de la Semana Santa de Urrea sin nuestras mujeres!- que planchen ese pañuelo que quedó mal doblado del año anterior. Mientras realizamos estas labores y nos preparamos para el rito, pasan por nuestras mentes, inconscientemente, recuerdos y emociones pasadas, pero que vivimos, en décimas de segundo, como si ocurrieran ese mismo momento: la primera túnica, que pronto se quedó pequeña; el tambor del abuelo, el primero que heredamos… y se agolparán infinitas sensaciones: la seriedad del Entierro, el bullicio de la rompida, la complicidad de las cuadrillas en sus interminables toques, el sabor de los mantecados del viejo horno y las reuniones de familia… y se nos escapará un suspiro largo y profundo. Y es que estamos en nuestra semana, en nuestra Semana Santa, una extraña mezcla de lo religioso y lo profano, de la devoción y la emoción, sin saber dónde empieza lo uno y termina lo otro. Y llegará la gran hora, entre la noche del Jueves y la madrugada del Viernes, en la que nos iremos acercando a la Plaza y estaremos atentos, con nuestras miradas fijas y ensimismadas en las agujas del reloj, como si esperásemos ver estrellas fugaces. Y romperemos la hora.

Y llegados a este momento me pregunto: ¿Por qué rompemos la hora? ¿Para qué? ¿Por puro espectáculo? ¿Por cumplir banalmente una tradición? No lo sé. Y es que hay tantas respuestas como tambores y bombos en la plaza, pero puedo sugeriros algunas: Rompemos la hora por la Pasión de nuestros Cristos y el dolor de nuestras Vírgenes reflejado en esas imágenes que nos han conmovido desde nuestra infancia.

Rompemos la hora porque es nuestra forma de rezar: una plegaria atronadora que clama contra la injusticia y pide un mundo mejor.
Rompemos la hora por los que ya no tocan el tambor con nosotros por las calles pero tocan en nuestros corazones y así redoblamos con y por ellos. Rompemos la hora por nuestros pequeños, por los que desfilan por primera vez en su coche de bebé ante la mirada embobada de sus abuelos. Rompemos la hora porque estamos juntos, con nuestros amigos, y aunque nos vemos poco compartimos el mismo ritmo. Rompemos la hora porque nos encontramos, como cada año, en un ciclo infinito con nuestras señas de identidad. Rompemos la hora porque aunque somos una comunidad pequeña queremos decir que aquí estamos, que no nos callamos, y con nuestros vecinos reivindicamos nuestro derecho y nuestro futuro.

La ultima actualización de esta noticia fue 13 Oct 2022 12:29