Aliaga, un destino de geoturismo único en el mundo

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Recomendaciones ‘Plan C’ en Aliaga

  • Parque Geológico y su relieve esculpido en los últimos 210 millones de años
  • Comida casera y vistas panorámicas desde el Castillo
  • Sendero fluvial con pasarelas por el Barranco de la Hoz Mala

Si un día nos buscan y no nos encuentran, avisad a nuestra familia y amigos de que estamos en Aliaga. Tanto nos gustó que aun habiendo estado un sábado de sol a sol volvimos el domingo hasta que de nuevo la luna tocó el cielo. Los 26 kilómetros finales viniendo desde Ejulve por una carretera sinuosa, sin línea divisoria, enmarcada a un lado y a otro de pinos y carrascas y con vistas vertiginosas a un valle infinito nos insuflaron vida. Llegó un momento en el que la radio dejó de sonar y, por unos minutos, la banda sonora fue una mezcla del bufido de las ondas, el rugido de las ruedas atravesando unos baches que nunca acababan y nuestras voces, que más que cantar, gritaban. Cuando vimos a lo lejos la central térmica abandonada, estábamos eufóricas y todavía solas en un paraíso en tierra.

Aliaga es un libro abierto de geología. Con cada paso que das, volteas una hoja tras otra, hasta conocer la historia de los últimos 210 millones de años de nuestro planeta. Donde antes hubo un mar llamado «Thetys» con pequeños animales cubiertos con conchas viviendo en él, hoy hay agudas crestas en las que sus caparazones todavía se pueden ver. Cuando el meteorito gigante ya había extinguido a los dinosaurios; la Tierra fue sacudida, las montañas se levantaron y muy poquito a poco el cauce del río Guadalope fue erosionando hasta dar lugar al paisaje que tenemos ahora a 1.105 metros de altitud, que no son poca cosa.

Una maqueta en el centro interpretativo del Parque Geológico de Aliaga muestra en color rosa los sedimentos correspondientes al Triásico, en azul los del Jurásico y en verde los del Cretácico. Este orden temporal es el que Julia Escorihuela, gerente del parque, sigue después en las visitas guiadas. «Hoy vais a aprender geología a toda pastilla aunque no queráis», nos dijo. Y así fue, con unas explicaciones a un ritmo que poco tienen que envidiar a la velocidad de la luz, asimilamos más conceptos geológicos que en toda nuestra etapa del instituto.  

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  • Time-lapse de la carretera de entrada a Aliaga
  • Visita al Parque Geológico: Mirador del Alto de Camarillas, pliegue de la Olla, ‘La Porra’ y la Central Térmica

Salimos de ese edificio -levantado en los años 50 cuando se construyó la central y reconvertido desde el 2006- para hacer la visita de campo. Ataviada con un sombrero de safari y gafas de sol, Julia se subió con nosotras a la furgoneta con una ilusión contagiosa por el paisaje que nos envolvía aún 20 años después de su primera visita guiada. Nueve son los puntos de interés que completan el recorrido por el Parque Geológico creado en 1993, siendo pionero en España. Comenzamos por el Mirador del Alto de Camarillas y, mientras volteábamos la cabeza a un lado y a otro, tratando de alcanzar con la mirada cada uno de los puntos que Julia señalaba, Lidia preguntó si su voz sonaba distinta. Estaba colocada sobre una piedra y decía que cuando hablaba se escuchaba a sí misma con un tono más grave y más metálico, como si las cuerdas vocales le vibrasen. Risas aparte, resultó que el resto también lo probamos y era cierto. No nos preguntéis qué era ni por qué, ni tampoco a Julia, la más sorprendida después de una vida yendo por allí.

Bajando del mirador paramos en La Porra, un espectacular estrato vertical, y continuamos hacia el punto señalado en la ruta para admirar de frente La Olla, perfectamente identificable por su forma de «S». «Sus pliegues serpenteantes, resultado de la presión existente en dirección opuesta a la placa tectónica, son únicos en el mundo», nos contó Julia. Nuestro recorrido terminó en la central térmica, donde ya solas nos peleamos con el trípode para tomarnos fotos con ese edificio más imponente que majestuoso que gobierna el paisaje de su alrededor.

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  • Adéntrate en el Hotel Restaurante La Parra

Llegó la hora de comer y fuimos a conocer a Silvia Escuín, quien a pesar de descender de Castel de Cabra, vivió en Barcelona hasta que después de graduarse de Historia Contemporánea, «pillada» por el que sería su marido regresó a las Cuencas Mineras. Está al mando de los fogones del Hotel La Parra desde hace casi 20 años y podemos avalar con creces la calidad de su comida casera. Nos explicó que la familia de su marido, Jesús Ibáñez, ya tenía el negocio, aunque situado en otro establecimiento enfrente del cuartel de la Guardia Civil. Cuando se cerró la central térmica, su suegro compró el edificio del año 45 donde residían los trabajadores y años más tarde Silvia y Jesús lo reformaron.

Han conservado las baldosas y las piedras que forman dibujos en el suelo, las vigas de madera, los muebles originales y han añadido su personalidad a cada uno de los espacios. En los pasillos, colgados, hay cuadros de todas las comunidades autónomas que ella misma ha tejido. ¡Cómo si le sobrara el tiempo! Lava y plancha toda la ropa del hotel y se entrega en la cocina preparando, entre otras cosas, la trucha fresca de Castellón que nos comimos. La ensalada que la acompañaba era del huerto que cuida Jesús, que además es camarero, jardinero, fontanero y electricista. El negocio de Silvia y Jesús traspasa la vida, y así lo sentimos. Era como estar en casa.

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  • Ascenso al Castillo de la Encomienda
  • Tour por las calles de Aliaga

La tranquilidad que afloraba en las calles una tarde de verano de un pueblo de apenas 300 habitantes –número que incluye a los vecinos de sus cinco barrios- se tornó en bullicio cuando nos topamos con la terraza del bar de las piscinas, donde ya habíamos desplegado nuestros mapas mientras nos tomábamos un café por la mañana. Habíamos subido hasta lo alto del Castillo de la Encomienda para contemplar las panorámicas de infarto bajo un sol abrasador y el bar que lleva Raquel Luna, oriunda de Tarazona, muy cerquita de Borja, de donde es María, fue un oasis donde las cervezas reemplazaron a las palmeras. Tanto nos integramos en aquel lugar que cuando volvimos al día siguiente y nos bañamos en las piscinas municipales, los vecinos se quedaron cuidando a Kenya, la perra de Lidia.

El chapuzón vino después de las albóndigas y la ensaladilla rusa casera, las salchichas con pimientos y el jamón de Villarroya de los Pinares. Toda comida es poca cuando vuelves de hacer senderismo. Y más, con los continuos desniveles que la ruta fluvial de la Hoz Mala nos proponía. Fueron 6 kilómetros sumergidas en el estrecho surcado por el río Guadalope, caminando a su vera, agarrándonos a rocas, cruzando puentes de madera y subiendo y bajando pasarelas. El agua cristalina le devolvía la vitalidad a los tonos grises de las rocas mientras que su sonido ensordecedor solo era metáfora del fluir de la vida. Esos dos días, las risas y las sonrisas, las nuestras y las de todos aquellos que nos acompañaron en la aventura, fueron el hilo conductor. Nos dejamos llevar y la felicidad nos envolvió.

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  • Sendero fluvial con pasarelas por el Barranco de la Hoz Mala

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