El valor de las cosas

con Miguel Perdiguer

Miguel, con 102 años, ha sido el pediatra de muchas generaciones de alcañizanos. En este reportaje recuerda los sacrificios que tuvo que hacer su familia para que él estudiase y cómo una bicicleta influyó para que eligiese la carrera de Medicina

«¿Cómo te la vamos a comprar, aún te parece que nos gastamos poco que todo lo que tenemos nos lo estamos gastando para que tú estudies?», estas fueron las palabras que le dijo a Miguel Perdiguer su padre cuando le preguntó si podía tener una bicicleta.

En verano, veía a sus amigos pedalear y a él «se le iban los ojos detrás». En aquel entonces estudiaba Bachillerato en Zaragoza y le prometió a su padre que si se la compraba estudiaría dos cursos en un año para así ahorrarle dinero. Su padre hizo cálculos, le consultó al director si era posible y a la misma salida del centro fueron a una casa de bicicletas. «Tanta confianza tenía en que iba a cumplir que me la compró», recuerda Miguel.

Aquellos eran otros tiempos. Cada día, entre las clases y el dormir, le costaba a su familia entre 4 y 5 pesetas, una cifra que al pasar a euros, dice Miguel, «es incalculable» y roza lo irrisorio -serían unos 3 céntimos-, pero que en los años 30 del siglo pasado suponían un gran esfuerzo económico. «Mis padres tenían muy pocos medios económicos. En aquel pueblo toda la gente era muy humilde. La cantidad de tierra que tendrían la mayor parte de ellos no llegaba a una hectárea, tenían varias parcelas muy pequeñas y mis padres eran unos de ellos», recuerda.

Cuando Miguel tenía 11 años toda su familia tuvo que emigrar de Santolea, «un pueblito pequeño que tenía entre 500 y 600 habitantes», por la construcción del pantano. Escogieron para instalarse la cercana localidad de Mas de las Matas, donde su padre, también de nombre Miguel, compró unas tierras con el poco dinero que les dio la CHE por los terrenos expropiados. «No sufríamos privaciones en el sentido de que por lo menos con su trabajo podían conseguir el dinero suficiente para que no pasáramos hambre. Todos los días del año podíamos llenar el puchero para comer. Alguna vez compraban un poco de ganado, 20 o 30 corderos para engordarlos y venderlos. Pero de ahorros nada, justo para pagar la contribución de las fincas que tenían y poco más», cuenta.

A pesar de que tenían lo justo para comer, el maestro que Miguel había tenido en Santolea le insistía a su padre en que «tenía que sacar al chico a estudiar». Él siempre le respondía lo mismo: «¿Cómo le voy a llevar a estudiar si no tengo dinero para pagarle?». Entonces no existían las becas ni ningún otro tipo de ayuda…

Con ese afán que tenía por que sus hijos estudiaran y siendo un hombre «muy espabilao», se le ocurrió montar un vivero de árboles frutales para sacarle algo más de rendimiento a las pocas tierras que tenía. «Entonces en cada casa procuraban tener la fruta suficiente para que a lo largo de todo el año tuvieran algo para comer. Solían tener unos 6 o 7 manzanos, melocotoneros, almendros…. Mi padre hizo un vivero muy variado donde había toda esta clase de arbolillos», explica Miguel.

El primer año de explotación el vivero dio un rédito de 1.000 pesetas brutos por lo que su padre hizo cálculos y comprobó que podía mandar a su hijo a estudiar a un colegio de la capital aragonesa. Mientras, en su casa de Mas de las Matas gastaban «muy poco dinero» porque se autoabastecían: «tenían un cerdo, gallinas, conejos y cogían las patatas, el trigo…»

Unos seis meses después de mudarse a Mas de las Matas, Miguel se marchó a Zaragoza a estudiar. Pagaba una ‘peseta cincuenta’ al día por la enseñanza y vivía con uno de sus tíos, hermano de su madre, que años atrás había llegado desde Luco de Bordón.

A los 12 años, le recomendaron estudiar el Bachillerato así que se presentó a los exámenes y aprobó. Ingresó en un «colegio de segunda fila» que su familia se podía permitir. Como el centro cobraba por días, cuando había vacaciones, Miguel se marchaba. Sin embargo, «perdía un día entero» viajando a Mas de las Matas, así que muchas veces se quedaba en casa de sus tíos, con sus primos que tenían su edad. Allí internado estuvo cinco años, en vez de los seis que duraba el Bachillerato universitario gracias a «su gran interés» por tener una bicicleta.

La bicicleta también fue la responsable de que estudiase Medicina: «Terminé el Bachillerato en junio y en julio comenzó la Guerra Civil y me tuve que incorporar al ejército. Si me llega a pillar la guerra sin terminar los estudios y con 21 años puede que no hubiera podido estudiar Medicina y me habría decantado por una carrera más corta», explica. La licenciatura en la Facultad de Medicina de Zaragoza también la acortó en un año, estudiándola en cinco años en vez de en seis. Durante esos años, hasta 1944, vivió en una «casa de patrona» con una familia que alquilaba una habitación en su casa.

Estuvo alrededor de un año de médico en Beceite y, con lo poco que había ahorrado y la ayuda de sus padres, lo dejó para marcharse a Madrid a estudiar en la Escuela Nacional de Puericultura, la única que había en España para ser especialista de niños.

Dos años después, se asentó en Alcañiz, donde ejerció de forma privada toda su carrera desde que abrió su consulta privada con 28 años. Años más tarde se incorporó al Hospital como endocrino y anestesista, especialidades para las que se preparó más tarde, ya que «nunca dejó de estudiar».

Llegó a ser director del centro y fue durante su mandato, que duró cinco años, cuando el Hospital pasó a manos de la Seguridad Social.  Se jubiló de la sanidad pública con 68 años y siguió ejerciendo en su consulta privada de pediatra hasta los 80.

Era 1998, antes de que la peseta cambiase al euro. «Recuerdo que nosotros siempre decíamos que habíamos perdido mucho… Porque tenías algún ahorillo y al dividirlo por 166, fíjate los pocos euros que te daban», lamenta Miguel.

Miguel Perdiguer vive en Alcañiz desde que en julio de 1947 regresó de Madrid. Tuvo tres hijos: Jesús Miguel, Mª Carmen y Mercedes; y dos nietos, Eduardo y Fernando. Ambos son farmacéuticos en Zaragoza y le han dado cinco bisnietos. «Cuando vienen a Alcañiz en verano a pasar unos días y veo que tienen 6 o 7 bicicletas buenas con cambio de marcha tiradas por aquí por el suelo, digo con lo que cuidaba yo la bicicleta que tenía y el poco cuidado que tienen con ellas», cuenta Miguel. Esta generación -dice- ha nacido en época de abundancia y «no valoran lo que es el dinero y lo que cuesta ganarlo».

Sin duda, el valor de las cosas lleva a tomar caminos y decisiones que marcarán tu historia por siempre.