Los Estrechos del río Martín, un oasis de vida que habitaron nuestros antepasados

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María y Lidia en Los Estrechos del río Martín./ L.C.

Somos María y Lidia y esto es PLAN C. Estamos recorriendo cientos de kilómetros para buscar experiencias, conocer sitios nuevos y contártelo. Queremos enseñarte Aragón a través de nuestras propuestas de ocio. Conecta con tus ganas de viajar y descubre nuestras historias.

Recomendaciones ‘Plan C’ en Los Estrechos del río Martín

  • Ruta senderista familiar
  • Fauna y flora al detalle
  • Pinturas rupestres de los Estrechos y los Chaparros

Llegamos al amanecer, cuando el cielo oscuro dio paso al vuelo de las rapaces y carroñeras diurnas. Sus alas planeaban sobre los Estrechos del río Martín y sus ojos, en busca de alguna presa, no pasaron inadvertida nuestra presencia. Todavía menos la de Lidia, que cuando bajamos del coche de Ricardo Rodríguez en un llano que hace de oteadero y aparcamiento a partes iguales, vestía una sudadera amarilla. Estábamos en el Parque Cultural del Río Martín, entre Ariño y Albalate del Arzobispo, al final de un desvío de la A-1401. El frío mañanero comenzaba a librarnos del sueño cuando nuestro guía sacó un mapa para ilustrarnos aquel valle encañonado: «Caminaremos 6,2 kilómetros, entre cortados, siguiendo el curso del agua», predicó mientras se agachaba para dibujar en el suelo el recorrido. Nosotras, como buenas discípulas, nos aseguramos de atarnos bien las botas, y le seguimos.

Estrechos del río Martín./ L.C.

El paisaje que nos acompañaba era irremediablemente mediterráneo. El río Martín, que nace en Cuencas Mineras, se pelea con la Sierra de Arcos para abrirse paso por las comarcas de Andorra y Bajo Martín, y continúa hasta la Ribera Baja, donde tras 120 kilómetros desemboca en el Ebro. El Delta es la puerta de entrada de los aires cálidos del mediterráneo, y el Martín, como digno afluente, hace de autopista. En nuestra senda se turnaban los enebros, los tomillos y los marrubios, y jugueteaban las serpientes, los pajaritos y los ratones de campo. Aunque más abajo se encontraba el barrio del río, poblado por cañas y especies como la nutria, la garza, la tortuga, los peces o el martín pescador. Y, sobre nuestros hombros, el barrio rupícola albergaba a los buitres leonados y blancos, a los alimoches y cernícalos, y a las plantas amigas de las rocas.

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  • Inicio de la ruta de los Estrechos del río Martín

Nos habían sonado fugaces los 1,7 kilómetros que nos separaban de completar el primer tramo. Sin embargo, bastaron poco más de cinco minutos de caminata para darnos cuenta de que nuestro guía era una enciclopedia de las plantas y nosotras, cuatro oídos con ansias de aprender. Así nos enteramos de que la santolina prevé de polillas el armario y hace que huela bien, de que los tallos tiernos de la tuca se cocinan en tortillas en el Bajo Martín, y de que al espino negro o escambrón está aceptado llamarle escabrón si te pincha. También de que la albada se usaba para hacer jabón, de que la efedra comparte peluquera con Tina Turner y de que el lentisco todavía se utiliza como cepillo de dientes en Cádiz.

Paramos planta por planta, aunque sin llegar a las mil que habitan por allí, y hasta fuimos los invitados de una comunidad de vecinos que tenían su propia versión del préstamo de sal. Las plantas hacían de cobertura para evitar que el suelo se erosionase y se nutrían de él conforme se degradaba, los insectos polinizaban las flores y las lagartijas limpiaban las plagas.

En nuestra expedición no faltaron los prismáticos para reconocer las aves que nos sobrevolaban, tampoco una guía sobre la fauna. Los excrementos del suelo nos daban pistas sobre los mamíferos que nos rondaban. Por el color, el olor y el tamaño, por hallarse en la zona mediterránea y dependiendo de si estaban en medio del camino o encima de una roca, nuestro guía se aventuró a mencionar algunas especies. Nombró al zorro y a la cabra montés y nos contó que el angosto paso de los Estrechos los convierte a ambos en presas fáciles cada vez que penetran el cauce del río. Ya sea porque van a beber o porque son acosados hasta él, una vez allí, solo tienen la oportunidad de salir por uno de los extremos de la ruta.

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  • Recorrido por la flora autóctona

«Hola». «Buenos días». Dos voces irrumpieron en nuestra conversación. Eran operarios de la central hidroeléctrica de Rivera-Bernad, que una vez al año van a hacer tareas de limpieza. En la actualidad, su funcionamiento es automático y se utiliza con carácter de reserva para la red general de electricidad. Sin embargo, cuando se fundó en 1901, otro gallo cantaba. Se construyó una presa a unos ocho kilómetros aguas arriba de Albalate, túneles, viaductos, trincheras y una acequia para canalizar las aguas en la margen derecha. Se emplearon más de 17.000 kilos de dinamita y costó 193.571 pesetas. Aunque al principio abasteció a Albalate y las zonas más próximas, años después logró llevar la corriente eléctrica a más de una veintena de pueblos de las provincias de Teruel y Zaragoza, algunos tan lejanos como Azuara, Escatrón o La Cartuja. La calidad de la luz, por supuesto, poco tenía que ver con la que conocemos ahora. Era tenue y poco constante.

La central estuvo en funcionamiento activo hasta 1964. Posteriormente, la Compañía Rivera-Bernad fue absorbida por Eléctricas Reunidas de Zaragoza y en 1998, tras una gran reforma, la central entró de nuevo en servicio. Acabábamos de pasar por el observatorio del edificio y bajábamos por unos escalones, cuando nos hicimos a un lado para que aquellos dos hombres, con voluminosos materiales, pudieran subir.

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  • Conoce la central hidroeléctrica Rivera-Bernad
  • Fauna de los Estrechos

Habíamos finalizado el primer tramo y unos carteles nos indicaron el camino al abrigo de los Estrechos (I). Sorteamos ramas bajas y en seguida las cañas y los juncos nos anunciaron la presencia del río. Cruzamos al margen izquierdo por una pasarela y, con cuidado de no resbalarnos con el polvo que suelta la roca, ascendimos hasta colocarnos enfrente de aquellas pinturas rupestres de entre 4.000 y 8.000 años de antigüedad declaradas Patrimonio de la Humanidad. Algunas eran esquemáticas, otras levantinas, algunas de color rojo y otras negras. En total, 85 figuras que representaban desde cuadrúpedos indeterminados, équidos, un bóvido, hasta estilizaciones humanas, esquelas esteliformes, líneas y manchas. Pintadas a 30 metros sobre el río, los prismáticos de Ricardo fueron imprescindibles.

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  • Pinturas rupestres de los Estrechos (I)

Por la misma pasarela regresamos al margen derecho del río y durante unos minutos desandamos nuestros pasos para retomar el segundo tramo de la ruta. 1,8 kilómetros después, nos topamos de nuevo con los juncos y volvimos a pasar al margen izquierdo del río. Era el inicio de la tercera etapa y también el momento del almuerzo. El bocadillo de tortilla degustado a orillas del río con los rayos de sol insuflándonos vitamina D, pasó de ser casero a ganarse todas las estrellas Michelin. El zumo, los frutos secos, la fruta y la lata de atún sabían mejor que nunca. Aunque la felicidad gastronómica no solo estaba influenciada por el clima, sino también por la compañía. A esas alturas, era como si conociésemos a Ricardo de toda la vida. Entre bocado y bocado, escuchamos cómo fundó su empresa Káralom en el 2010 y cómo su vinculación con los Estrechos había empezado en el 2004. Su conocimiento omnipresente de ese lugar fue el que nos llevó a descubrir justo al lado de dónde estábamos el tronco pelado y con barro usado como rascadero por los jabalíes.

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  • Sendero a la verada del río Martín

Nos alejamos del caudal, en ascenso por el cortado, para seguir viajando en el tiempo en el abrigo de los Chaparros. Ricardo, como guía autorizado del Parque Cultural del Río Martín, tenía la llave para entrar en ese santuario prehistórico. Como en el caso del abrigo de los Estrechos, fue un lugar de reunión religiosa, civil o ritual donde las sociedades postpaleolíticas comenzaron a expresarse a través de la pintura. Los signos esquemáticos versus las figuras arboriformes, cuadrúpedos, arqueros y mujeres embarazadas reflejaban una acusada diferencia cronológica. Estas últimas sorprendían por sus detalles -pezuñas, colas, puntas de las astas- y sus proporciones más realistas. En la escena superior se intuía un enfrentamiento entre varios clanes y más abajo, la caza de un cérvido. Ricardo puntualizó que la corona dibujada sobre dos figuras humanas simbolizaba que eran los jefes de los clanes, mientras que María estaba absorta con su vestimenta, tan similar a la de ella. Parecía que llevaran pantalones de campana, con botas y tobillos al aire.

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  • Pinturas rupestres de los Chaparros

Los últimos 2,7 kilómetros de la ruta exprimimos la magia de la naturaleza. Llegamos a un anfiteatro natural donde un buitre nos regaló su vuelo. Cerramos los ojos para descubrir los sonidos que nos rodeaban: un insecto revoloteaba, los pájaros piaban y el agua fluía a lo lejos. María caminó por un sendero con los ojos cerrados mientras Lidia le guiaba. Encontramos muérdago y nos lo regalamos unos a otros para desearnos suerte. Sin darnos cuenta habíamos llegado al puente del Batán y la furgoneta nos esperaba. Las ocho horas se nos habían quedado cortas y tras ir a buscar el coche de Ricardo fuimos al Balneario de Ariño. Un café, una infusión, un refresco, otro refresco más, un par de cervezas y una bolsa tras otra de patatas. El paisaje mediterráneo nos seguía acompañando en esa terraza, aunque igual que por la mañana, fue la buena conversación la que nos retuvo sin mirar el reloj.

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  • Buitre sobrevolando un anfiteatro natural
  • Llegada al puente del Batán

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