Mas de las Matas hasta la raíz: Cata entre viñedos y ruta arquitectónica del agua

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Recomendaciones ‘Plan C’ en Mas de las Matas

  • Cata en una bodega del Bajo Aragón
  • Ruta del agua con visita al molino harinero
  • Puesta de sol con vistas panorámicas desde la ermita de Santa Flora

Cuando miramos el reloj, la aguja corta marcaba las seis de la tarde y la larga, no lo podemos recordar. La espontaneidad con la que surgió este viaje fue solo el prefacio del libro que estábamos por leer. Conocimos a Antonio Sisqués y nos enseñó su sueño, y los tres nos permitimos soñar como si no existiese el tiempo. El sueño lo catamos en blanco, rosado y tinto, 100% garnacha y recién salido del tonel. La bodega Tierramaestrazgo en Mas de las Matas, que nos atrapó durante horas, fue testigo de las confidencias de los tres.

«¿Por qué se llama Tierramaestrazgo si estamos en el Bajo Aragón?», le preguntamos a Antonio. El campo no entiende de las divisiones territoriales que, con los siglos, los humanos van variando. Así pues, nos contó que el Maestrazgo como concepto es mucho más amplio que la comarca política: «Se extiende hasta el mar e incluye tres comarcas de Castellón. En el Parque Cultural del Maestrazgo están incluidos 43 municipios y seis comarcas de la provincia de Teruel». Solo han pasado cien años desde que Mas de las Matas abasteciera de vino a todos esos pueblos vecinos situados a más de 1.000 metros de altura donde la viña no se cultiva bien. Ellos, a cambio, bajaban leche, queso, carne de ternera y miel.

Qué tan rápido olvida la memoria que no imaginamos a Mas de las Matas como un pueblo vinícola cuando ha vivido del vino más de 3.500 años. ¡Cargados hasta los topes de este caldo de garnacha iban los carros hasta el puerto de Vinaroz! Cada casa tenía su bodega y había otras dos particulares, y entre todas, la capacidad era de dos millones de litros. Hasta se estableció en la localidad una de las primeras fábricas de alcohol. Tuvo que llegar Antonio Sisqués en el 2013 -tras 20 años de experiencia en la industria agroalimentaria como ingeniero agrónomo- para que el nombre de Mas de las Matas se volviera a ligar al del vino.

En la concentración parcelaria se le adjudicó una finca, y a un primo suyo justo la de al lado. Y resulta que a otros dos primos, les dieron una más. Entre los cuatro y dos socios del despacho de ingeniería en el que trabajaba Antonio, Tierramaestrazgo echó a andar. Ese 2013 un terreno con vistas a La Ginebrosa, La Cañada de Verich, Aguaviva y Mas de las Matas fue testigo de la plantación de la vid. La primera cosecha llegó en el 2015 y la segunda en el 2016, pero no fue hasta el 2017 cuando la bodega contó con instalaciones propias para cultivar el caldo en su interior. Ahora bien, en el paladar el gusto siempre fue el mismo, pues como buen bodeguero, Antonio hace el vino en la viña y «solo añade lo que está perfecto».

Nuestro protagonista fue el que excavó el terreno en el que se ubica la bodega. Las piedras que sacó, ninguna menor de 1.500 kilos, las fue colocando con la retro los domingos por la tarde –cuando nadie trabajaba- en la entrada del edificio. Los primeros visitantes fueron testigos de los cimientos de Tierramaestrazgo y, pese a que al principio a Antonio le daba pudor, sentirse partícipe del proyecto resultó siendo el mayor atractivo para la gente. Lo que ahora es la bodega ha crecido al calor de todas esas personas que, como nosotras, podemos ver en los ojos de Antonio aquello que físicamente no está, pero más pronto que tarde será realidad: la valla que rodeará el perímetro, el camino con sus lucecitas a la entrada, los nuevos viñedos… «No entendía pasar por esta vida sin dejar algo. Mi sueño es hacer feliz a la gente. Antes era un trozo de tierra en el que nadie se detenía y ahora hay personas que se pegan seis horas hablando, bebiendo, comiendo y compartiendo emociones», nos dijo Antonio, y podemos confirmar que así es.

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  • Descubriendo la garnacha
  • Paseo entre las parras
  • Recorrido en pickup por las viñas

Fue necesario una nevera portátil, tres copas de cristal, subirnos en el coche de Antonio y «sacrificar» la hora de la comida para nuestra segunda cata; la de un sueño líquido de edición limitada llamado ‘Garnacha de oro’. Atravesamos las viñas, aparcamos y sorteamos 100 metros de tierra labrada, que solo por el mérito de no torcerse un tobillo cuentan como el doble, hasta llegar a un lugar mágico. Un locus amoenus de silencio abismal, de viñas a 360 grados, de la silueta de los montes bajoaragoneses con la torre de alguna iglesia saludando tímidamente al frente y bajo nuestros cuerpos, un suelo, un banco y una mesa hexagonal de piedra.

Descorchamos la botella, el sol pegaba fuerte y conforme más bajaba el vino más planos trascendentales desbloqueábamos en nuestra conversación. Nuestro pensamiento estaba alineado y la confianza se reveló cuando primero María pidió ir al excusado detrás del árbol y a su vuelta, Lidia, pidió la misma canción. Nuestra cata en Tierramaestrazgo no fue lo que esperábamos, porque fue tan especial para los tres, al punto que roza lo irreal en la memoria, que la realidad una vez más le venció la batalla a la ficción.

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  • Cata en Tierramaestrazgo

Nos tomamos la licencia de pasar un finde de amigos y, por la tarde, se unieron a la aventura Alicia, Iulia y Carlos. El sonido del agua acompañó nuestra visita por la localidad de Mas de las Matas. Entre fachadas y patios de casas, descubrimos la enérgica acequia que durante años impulsó la rueda del molino comunitario. Aquel lugar donde el cereal se transformaba en harina ya no está en funcionamiento, pero a lo largo de tres plantas conserva todas y cada una de las piezas de madera que le dieron vida en el año 1750. Con su nacimiento quedaron atrás los impuestos que debían de pagar los vecinos a los señores feudales que monopolizaban los molinos. La harinera de Mas de las Matas es propiedad de la entidad sindical la Alfarda y todavía, a día de hoy, los vecinos van a comprar al horno cooperativo con cartillas.

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  • Visita al molino harinero

La misma acequia que habíamos visto desde el molino nos sorprendió de frente en la calle Arrabal, aunque con un uso distinto. Fue uno de los tantos lavaderos del pueblo que sirvieron de punto de encuentro entre mujeres. Las gotas de agua pintadas en el suelo de las calles nos guiaron hasta ellos. Las rosas trepadoras y las florecitas de colores repartidas en un sinfín de maceteros contrastaban con el telón de fondo de piedra que tenía el lavadero del Hinchidor y con las paredes blancas del Brazal. De uno a otro atravesamos la plaza de España con la cabeza bien erguida para alcanzar con la vista el alto de la torre de la iglesia de San Juan Bautista. Imaginábamos que era alta cuando estando con Antonio entre las parras la vislumbramos, pero no dejamos de sorprendernos cuando descubrimos que mide 64 metros y es la más alta de la provincia de Teruel.

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  • Tour patrimonial con visita a los lavaderos históricos

Nuestra última parada fue la ermita de Santa Flora, para contemplar desde lo alto una de las mejores vistas panorámicas de Mas de las Matas. Entre las montañas que nos rodeaban, el sol se comenzaba a esconder. A lo lejos, un pastor guardaba su rebaño de ovejas en el corral después de una jornada de trabajo. A nosotras también nos tocaba volver a casa, pero no a la nuestra, sino a la de Vicenta Miranda, un hospedaje con un certificado de autenticidad masina al 100%. Flores de plástico, paredes de papel pintado, fotografías y muebles empolvados guardaban la esencia de una casa vivida. Vicenta tuvo a Andrés, que se casó con Rosario, que tuvo a María José, que se casó con José Tomás, y tuvieron a nuestra amiga Alicia. Y ella nos invitó al hogar de su bisabuela.

Cenamos en un antiguo teatro. Aunque eso lo descubrimos cuando ya nos estábamos marchando, minutos después de brindar con el limonchello casero de Vitorino, el dueño del bar. Su hijo está en las cocinas los fines de semana y sus platos todavía hacen que segreguemos saliva solo de recordarlos. Especialmente el de carpaccio de gambas con aguacate y crujiente de jamón. Nos gustaría daros más detalles, pero cuando Carlos le gritó tras 20 minutos de agasajos «¡Te vamos a recomendar!», Vitorino nos contestó: «Pero no mucho». Con estas líneas creemos que hacemos justicia al acuerdo.

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  • Atardecer en la ermita de Santa Flora

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