Pasarelas y mirador de Valloré: Vive la magia de Montoro de Mezquita

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Recomendaciones ‘Plan C’ en Montoro de Mezquita

  • Pasarelas y Mirador de Valloré
  • Picnic en la naturaleza y paseo por las calles de Montoro de Mezquita
  • Cena casera en Casa Rural El Bailador

Montoro de Mezquita tiene siete, ocho, nueve o incluso diez habitantes depende de con qué vecino hables y las circunstancias a tener en cuenta: si vive todo el año, solo unos meses o si viene y va. Hasta podemos caer en la falacia de creer que son 17 si miramos el padrón municipal. Seguro es que desde hace dos décadas no sobrepasa la docena. Antes de la Guerra Civil había 450 habitantes y después, entre fallecidos y exiliados, tan solo 100. En el 39 habían pasado poco más de diez años desde que se había picado la montaña y se construyó el túnel. Desde entonces, una carretera con doble sentido pero estrechez para un solo vehículo da acceso a esta pedanía de Villarluengo.

Empezamos a recorrer aquella calzada un sábado temprano en la mañana, tras girar a la derecha y dejar atrás la Silent Route, todavía absortas en la inmensidad del paisaje que nos acompañaba desde Ejulve. Con un ojo puesto en el firme y el otro enclavado en el horizonte, ansioso de vislumbrar qué nos deparaba tras aquella montaña, descubrimos la torre de la Iglesia y a su amparo, demasiadas casas deshabitadas. Solo el piar de los pájaros rompía el silencio y, aun así, olía a vida. La insuflaban las flores de colores, los gatos de buen ver, los vecinos obrando en las calles y el vaivén de personas llegadas de otros sitios para descubrir con ojos propios los Estrechos de Valloré.

El parkin donde dejamos aparcada la furgoneta fue el primer punto de encuentro con todos aquellos excursionistas -parejas, grupos de amigos y familias- que como nosotras dos iban ataviados con ropa de montaña. Con las botas (Lidia) y las deportivas de trail (María) bien atadas atravesamos en menos de lo que canta un gallo las calles de Montoro hasta llegar a un paraje conocido como las Eras. Allí donde impera la majestuosidad del valle de Valloré una señal nos indicó el rumbo al Estrecho. Nos adentramos en unos huertos y caminamos hasta llegar a las pasarelas de madera. 200 metros bordeando los estrechos del río Guadalope con el lado izquierdo del cuerpo sorteando la pared de piedra y la mano agarrándose de tanto en cuanto a la cuerda de seguridad. A la derecha, el agua fluyendo con tanta fuerza que su sonido era la única banda sonora.

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  • Recorrido por el tramo de las pasarelas de Montoro de Mezquita

En 20 minutos habíamos recorrido ese remanso de paz y un nuevo cartel nos invitaba a subir al Mirador de Valloré. No negamos que durante los primeros metros empinados nos faltase un poco el aliento, que la sombra fue una buena excusa no solo para beber agua y que tras la breve parada la conversación que llevábamos se congelase en el tiempo. Aunque no fue casi llegando a la cima cuando el vértigo nos puso a prueba y mientras a la derecha, despacito, nos agarrábamos a las cuerdas y grapas, a la izquierda el abismo asomaba. Valloré estaba a nuestros pies y ya en el mirador, no perdimos la oportunidad de capturar el momento. Desde allí arriba, pero en el lado opuesto contemplamos Montoro de Mezquita a vista de buitre. Bien sabemos que fue a vista de buitre y no de cualquier otra ave porque nosotras mismas tuvimos la fortuna de ver a varios ejemplares sobrevolando la localidad.

Y con la sonrisa en la cara de quien sabe que ese momento lo va atesorar para siempre nos enfrentamos a la verticalidad que la ruta, circular, nos proponía. Bajamos agarradas a unas grapas casi sentadas en la grieta y seguimos descendiendo, ahora sí, con los dos pies apoyados en el suelo. Hubo más grapas, cuerdas e incluso nos sentimos escaladoras cuando en la ladera tuvimos que atravesar dos picos agarrándonos con las manos a las piedras. Los tonos marrones y grises que nos rodeaban pasaron a convertirse en una postal cuando una hora y media más tarde volvimos a las Eras para disfrutar de un picnic casero en los merenderos.

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  • Llegada al Mirador de Valloré
  • Vista panorámica desde la cima del Mirador de Valloré

Con las energías repuestas dejamos durante media hora el mundo real para volver a soñar como cuando éramos niñas. Nos adentramos en el «Bosque de las hadas» y nos divertimos conociendo a la hada Flor, que trae la primavera; a los duendes Rayo y Trueno, que asoman en las tormentas; o al ser mitológico cuyo arduo trabajo en su bodega nos permite disfrutar del vino. Cuando llegamos a Montoro de Mezquita fuimos por las calles de arriba y después de comer, por las de abajo. Y en ese viene y va, pasamos por la plaza del Ayuntamiento, fotografiamos los muros de piedra, observamos con detenimiento el barro y paja de las fachadas de adobe, descubrimos las tres casas rurales, y no faltaron los comentarios de que puerta sí y puerta también tenía encanto.

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  • Paseo por las calles de Montoro de Mezquita

Lo que no sabíamos es que tras una de esas puertas íbamos a encontrar un hogar lejos de casa. Estar con Mario, propietario de «El Bailador», fue como reencontrarse con un familiar. A nosotras, que compartimos la añoranza de tener a nuestros padres y hermanos a kilómetros de la provincia turolense, nos envolvió al instante su calor humano.

Nos dio la bienvenida el recibidor que a principios del siglo XIX fue la tienda de ultramarinos de su abuelo. Abastecida por los víveres que él mismo iba a buscar con su mula a Alcorisa y Andorra en viajes que se alargaban dos días, cerró a la par que la nueva carretera permitió llegar sobre ruedas a Montoro de Mezquita. A su vez, en 1931, los abuelos de Mario abrieron un bar donde ahora se encuentra el salón. Dos estufas de carbón con pucheros de café funcionando todo el día, un mostrador con una escalera que bajaba a una despensa y cuatro mesas habitaban ese espacio, que los sábados y los domingos, al son de un pequeño organillo, se convertía en una pista de baile. Le llamaban «El bailador», y, de ahí, el nombre que ahora bautiza la casa. Fue fácil viajar en el tiempo con Mario cuando sobre nuestras cabezas aguardaban las mismas vigas de madera que en su día fueron testigos de las andanzas de los vecinos de Montoro. «En esas sillas se sentaban mis antepasados, esa mesa de oficina está hecha con cajones de las viandas de hace 90 años y en esa artesa de madera es donde se amasaba el pan»,  nos explicaba Mario a la par que señalaba con el dedo y nuestra cara -sonrojada por el fuego que nos acompañaba- seguía su movimiento.

Hace 21 años Mario y su mujer Mariví rehabilitaron esta casa centenaria. Respetaron su estructura y organización, a excepción de los baños que se construyeron en cada una de las habitaciones; estancias que como el resto del hogar cuentan con su propia historia. Llamaron «Tierra» a la habitación donde dormían los abuelos y nacieron sus cuatros hijos; «Aire» en la que dormía su padre y los otros dos hermanos; «Agua» a la de su tía; y «Fuego» a la habitación que alquilaban al secretario del Ayuntamiento cuando cinco días al mes visitaba Montoro.

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  • Tour por Casa Rural El Bailador

Solo el olor del costillar de cerdo saliendo del horno pudo devolvernos al presente. Entramos hasta la cocina para seguir disfrutando de la conversación de Mario mientras él, envuelto en su delantal, hacía la cena, y nosotras, con una cervecita en la mano, le escuchábamos. En una de las mesas de esa misma cocina es donde después nos chupamos los dedos con las costillas y untamos el aceite sobrante del plato con pan de Villarluengo. Antes habíamos saboreado unas judías verdes con jamón de Teruel y de postre, nuestras papilas gustativas se emocionaron al probar por primera vez una pera al vino. Nos faltaron días en Montoro de Mezquita solo para probar la comida casera de Mario y descubrir más recetas de su madre. Sabes que ha sido un plan perfecto cuando te quedas con ganas de volver. Y nosotras, sin duda, volveremos.

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